jueves, 27 de noviembre de 2008
Compositores: Karol Szymanowski
Otra vez me debato entre la sinceridad del amante de la música, tan poco sensacional, y el mariñismo desaforado que Norman Lebrecht trajo al periodismo sobre música clásica. El nombre del polaco Karol Szymanowski, que no sólo no dirá nada a una persona normal de la calle sino que arqueará mas de una ceja entre muchos que se dicen aficionados, se presta también a este doble enfoque, e incluso más que otros.
Hablando en plan marujeo, Szymanowski fue un amante de los países mediterráneos, su calor, su luz y otros aspectos que describió en su única incursión como novelista, titulada significativamente “Ephebos”. De ahí tal vez la abundancia de solistas vocales masculinos en sus obras, pues ya se sabe que un compositor ha de tener un contacto íntimo y privilegiado con quienes harán realidad sonora lo que hasta el momento sólo eran garabatos de tinta sobre papel. Tan íntimo y privilegiado llegó a ser este contacto, que Zofia, la mujer del violinista Pawel Kochanski, sostuvo que el ansia de llevar a buen puerto el “Concierto para violín nº 2”, aceleró la muerte de su ya enfermo marido. Pero esta peculiar existencia de creador sensual, decadente y un tanto amoral desembocó en una apoteosis tan surreal como irónica: el hecho de que el tren con su féretro tuviese que cruzar territorio alemán motivo que Szymanowski fuera de los muy contados homosexuales en ser acompañado hasta su última morada por el cortejo militar nazi reservado a los grandes hombres y los jefes de estado.
Si de lo que hay que hablar es de música, Szymanowski es uno de los secretos mejor gusrdados del siglo XX. En una nueva muestra de criterio desigual según de qué autores se hable, a Karol se le ha solido echar en cara lo mismo que se le elogia a Stravinsky: una capacidad camaleónica para renovar su estilo cada cierto tiempo. La diferencia que se quiere establecer es que Igor era un creador de estilos, mientras que al polaco se le tiene por un pastichero que va de postromántico a lo Strauss o Reger hasta que descubre a Debussy y luego a Bartók, sin crear nunca nada propio. Esto supone menospreciar el estilo propio de Szymanowski, su manera de construir un universo personal más eslavo que europeo, aunque siempre decadente y visionario, casi más en la estela de Scriabin que en la del autor de “El mar”: no hay más que escuchar esa fascinante Sinfonía noº 3 “La canción de la noche” y caer bajo el embrujo de su armonía flotante, su puntillismo tímbrico y su escritura instrumental llena de detalle, complejidad y belleza. Dígase otro tanto del “Concierto para violín nº 1”, “Metopas” para piano o la ópera “El rey Roger”.
El cambio subsiguiente consistió en incorporar a esta atmósfera simbolista una vena del áspero y vital folklore de los montes Tatra, combinación entre melodías saltarinas, ritmos irregulares y armonías casi bitonales fáciles de conciliar con el lenguaje “moderno”. “Harnasie” o el mentado “Concierto para violín nº 2” que habría costado la vida a Kochanski fueron otros tantos hitos, pero, como prueba del impacto de Szymanowski en su época, aunque críticos como mi amigo Gómez Amat lo sigan ninguneando, nada mejor que el parecido más que razonable entre el comienzo de una magnífica pieza de este período, la “Sinfonía concertante” y el del “Concierto para piano nº 3” de Bartók. Los amigos del lugar común y defensores del repertorio de siempre lo tienen fácil: Karol copió a Béla. Pero la “Sinfonía” es de 1932 y el “Concierto” de 1945. Algo debía de tener Szymanowski cuando el húngaro, grande entre los grandes, se inspiró en él tan descaradamente.
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