domingo, 31 de mayo de 2009

10 curiosidades rockeras


1 – El guitarrista canadiense Frank Marino, imitador consumado del estilo de Jimi Hendrix, afirmaba haber sido poseído por el espíritu del mítico zurdo durante su convalecencia de un accidente de tráfico que le tuvo entre la vida y la muerte. Andy Partridge afirmó en su momento que para él Marino simbolizaba mucho de lo más detestable del rock de los 70, pero debió de decirlo en sus años punkis, porque ahora él mismo, en sus discos, toca bastantes solos de guitarra.

2 – Los miembros de Yes, cuando el suizo Patrick Moraz iba a entrar en el grupo como sustituto de Rick Wakeman, le pusieron como condición imprescindible que se hiciera vegetariano, porque todos ellos ya lo eran. Y luego se enfadan algunas de mis amigas cuando les digo que para mí los vegetarianos son una secta religiosa.

3 – Phil Anselmo, cantante del grupo Pantera, pasó cinco minutos clínicamente muerto tras una sobredosis hasta poder ser reanimado. Alguien en el mundo sobrenatural debió de sentirse defraudado, y no cejó hasta que otro componente del grupo, el guitarrista Dimebag Darrell, fuera abatido a tiros en el escenario mientras actuaba con su propia banda.

4 – John Mayall, bluesman británico, mentor de Eric Clapton en sus Bluesbreakers y aún en activo, solía ser un ardiente coleccionista de revistas porno, de las cuales guardaba una enorme colección en su casa de campo. Pero el fuego a veces recuerda sus años como instrumento de pureza con la Inquisición, de ahí que la preciada colección de John terminase siendo pasto de las llamas, junto con la casa, en un misterioso incendio.

5 – Los que tienen a los músicos exquisitos y estetas por gente pulcra sin vertientes sórdidas jamás han considerado el caso de Steely Dan, desde la historia de amor heroinómana entre Walter Becker y la enfermera que lo atendió tras ser atropellado por un coche, hasta la extraña muerte de una menor (parece un título de peli de Sergio Martino) cuya madre afirmaba que Donald Fagen la había introducido en el sexo y las drogas.

6 – Johnny y Edgar Winter, los dos albinos de oro, denunciaron a DC Comics por publicar una serie de western sobrenatural, protagonizada por el pistolero Jonah Hex, cuyos dos villanos de ultratumba mostraban un parecido notable con los dos hermanos. También Homer Simpson los confundió con zombis en un episodio de Halloween.

7 – Frank Zappa tenía la costumbre de espiar la vida privada de sus músicos en la carretera, en especial su comportamiento sexual con las groupies, para inmortalizarla en letras de canciones. Así es como conocemos, por ejemplo, la afición de Steve Vai a excitarse recibiendo azotes en el trasero con un cepillo para el pelo.

8 – David Palmer, arreglista y teclista de Jethro Tull durante largos años, decidió no hace mucho cambiarse de sexo y reanudar su actividad musical bajo el nombre de Dee Palmer. Cuando ahora escucha uno el "Bursting out” y oye a Ian Anderson preguntar a David, después de que éste se acercara un momento al servicio, si se la había sacudido bien, uno no puede reprimir un pequeño escalofrío.

9 – Los que crean que los telefilms de sobremesa son una sarta de tópicos sin relación alguna con esa vida real en la que pretenden basarse, no cuentan con el genuino caso de la gran Joni Mitchell, que dio en adopción a una hija que tuvo en sus locos años hippies, pero a la que luego rastreó y quiso conocer personalmente. No puedo decir, sin embargo, en qué quedó la cosa.

10 – El intocable Bob Dylan, famoso por la entidad literaria de sus letras, fue sin embargo acusado de fusilar extensamente un libro sobre los yakuza japoneses para crear los textos de su disco “Magic and loss”. Puesto que Dylan es Dylan, no sucedió nada, pero, como a un servidor no le ha hecho nunca mucha gracia, semejante desprestigio, siquiera leve, de una vaca sagrada alegra levemente el día.

jueves, 28 de mayo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XXI)


Papa Vendredi, estupefacto por haber perdido el control de la zombificada Vera, invoca Potencias Superiores desconocidas por los más altos iniciados del vudú, aunque no por una clocharde de Saint-Germain-des-Prés, quien vendió en 1953 la invocación por dos botellas de pastis y un polvo rápido en un callejón oscuro. Las Potencias Superiores se carcajean de la perilla y las gafas ahumadas de Papa Vendredi y le sugieren buscar a una niña y a un viejo japonés, dueños de un secreto esencial para este asunto.

Los aludidos, es decir, el maltrecho Takeshi y la abnegada Pamela, que ha llegado a improvisar una rústica parihuela de troncos para transportar al primero a través de la nieve, parecen haberse dormido y soñar: guerreros con armadura medieval cabalgan en un horizonte donde se dibuja un castillo blanco de mármol. Una risa maléfica, al borde de las frecuencias humanamente audibles, permea el cielo lechoso, las rocas, el deshielo.

En uno de los peores barrios de Ciudad Centro, Carla vagabundea perdida. Tomándola por una indefensa inmigrante del ex bloque comunista, un individuo rapado, tatuado y enfundado en cuero, apodado Flowers, la aborda con excesivo desparpajo. Por lo pronto, Carla le escucha desplegar su abominable pidgin eslavo.

Ada Valli sube en ascensor el más alto rascacielos de la ciudad, con propósitos suicidas.

Vernon hace compras antes de volver a la mansión.

Una mano enguantada, en 1898, salva de ahogarse en el Moldava al moribundo Franz von Waldberg.

Geller Bach halla finalmente a su Führer: un niño gordo llamado Tobías.

(Continuará)

jueves, 21 de mayo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XX)


Un niño de unos doce años, con peluca empolvada y demás aditamentos de segunda mitad del siglo XVIII, interpreta sin esfuerzo piezas de virtuosismo romántico en el salón de Pedro Arteaga. Este, sumido ya en considerable estupor, recibe por parte del niño la oferta de elevar a la fama y la gloria las sonatas, cuartetos, poemas sinfónicos y óperas que Pedro ha escrito para sí mismo pero no saca a la luz pública por complejas razones psicológicas. ¿A cambio de qué? La aparición elige desvanecerse.

Visitando Ciudad Centro, Carla von Waldberg experimenta una mezcla de fascinación y pánico, alegría ante la aparente liberación de la mujer y sorpresa ante el culto localizado a la misma violencia, tanto sexual como de la otra, de la que ella misma ha sido víctima hace cien años de nada. Boris acaricia, distraído y disimulando, en el asiento trasero, los muslos de Carla, pero sus ojos vuelven a ver putrefacción, borbotones de sangre, insectos, calamares gigantes emergiendo de las profundidades. Por su parte, Carla clava en la osada mano, hasta herirla, sus largas uñas pintadas de rosa. Ninguno dice nada.

El verdadero inspector Tanner recibe en su mazmorra la visita de varias jóvenes acólitas de de Soto, que se despojan de sus túnicas, depositan en sus labios besos alucinógenos, se aparean con él, aún encadenado, y le extraen sangre. Tanner va debilitándose.

En el centro de Ciudad Centro, Carla huye de improviso del fúnebre Rolls, y Boris sale en su busca, conminando a Vernon a regresar a la mansión. Poco sabe éste que en su garaje aguarda Vera Bach, machete en mano.

(Continuará)

domingo, 17 de mayo de 2009

Vacaciones para olvidar


La crítica cahierista dejó, entre sus muchas herencias envenenadas, la conversión del canon fílmico en una mera acumulación maniquea de filias y fobias, de amiguismos y antipatías. De ese modo, como a Truffaut le caía bien Hitchcock, todas sus películas eran buenas, mientras que, al caerle mal Huston, todas sus películas eran malas. Va uno dándose cuenta de que la política de autores necesita su reverso tenebroso, sus “antiautores” que, hagan cualquier cosa, siempre la harán mal, para hacer brillar con mayor fulgor a los autores de verdad. No puede haber ángeles sin demonios.

Por eso, entre los cineastas británicos modernetes, se ve como el “malo” a Danny Boyle (y con mayor encono ahora, al aparecer como un vendido a la industria y a los Oscar), mientras que el “bueno” es Michael Winterbottom. Boyle sería el comercial, el dedicado a una vistosidad superficial en cámara y montaje, todo impacto y nada de reflexión, tanteando por todos los géneros en busca de taquilla, mientras que Winterbottom sería el experimental, centrado en el contenido más que en la forma, y con un eclecticismo movido más por imperativos artísticos internos que por poner el objetivo en el público.

Lo cierto es que Michael es mucho más ONG: sus desheredados mueren por asfixia en la bodega de barcos no habilitados para el pasaje o son internados por error en Guantánamo; en cambio, Boyle los presenta enriquecidos por los últimos billetes previos al euro o por el azar risueño de un concurso televisivo (aunque también podríamos dar la vuelta al argumento con facilidad: Winterbottom lleva a la soleada Italia las angustias de burgueses acomodados, mientras Boyle, en la mísera Bombay, se ocupa de niños sumergidos literalmente en la mierda o mutilados para mendigar). Y tampoco olvidemos el juicio sumarísimo de las categorías: Winterbottom hace “películas inclasificables” y Boyle aspira a hacer prosaico cine de género.

Pero ¿es oro todo lo que reluce? Entre medias de sus pelis “concienciadas”, Winterbottom se dedica a retratar el hedonismo risueño del sonido Manchester o a alternar felaciones y eyaculaciones reales con canciones de Franz Ferdinand o Primal Scream. Su desaliño visual está más estudiado que un despeinado de peluquería, y no es óbice para que los resultados sean más interesantes que eficaces. A poco que se pare uno a pensar, tanto él como Boyle son caras de una misma moneda, con la salvedad de que el primero dedica más energías a conservar su credibilidad indie que a trabajarse sus historias.

Parece que la postmodernidad es el estilo de no tener estilo, de beber de mil fuentes sin bañarse en ninguna. Boyle busca fotocopiar el cine de muertos vivientes o de aventuras espaciales; Winterbottom aspira a copiar en lienzo, con una técnica pictórica justita, el western, la adaptación literaria, o cualquier película favorita que se le ponga a tiro o venga sugerida por los escenarios o ambientes.

Resulta irónico que, en aras de un progresismo mal entendido, se entienda la dinámica vistosidad de “Slumdog millionaire” como un vulgar recorrido de autobús turístico, mientras que las únicas secuencias con verdadero empaque visual de “Génova” sean las ambientadas en sus laberínticas y sórdidas callejuelas, incidiendo en una visión de Europa como lugar amenazador que resonaría con fuerza en el público estadounidense, compatriota de las dos niñas protagonistas.

Es un ejemplo de la referencialidad postmoderna como campo abonado para la confusión de los mensajes: lo que pretendía Winterbottom era ofrecer una versión amable de “Amenaza en la sombra” de Nicolas Roeg, oponiendo a la luminosidad mediterránea el contrapunto triste de callejas lóbregas y un fantasma, sin pensar en que introducir elementos argumentales sugestivos sólo para añadir sabor al guiso, sin considerar a fondo sus implicaciones, es tan frívolo como reciclar el mecanismo de un concurso televisivo para generar suspense.

Otro ejemplo de los peligros de lo cool a cualquier precio lo tenemos en la secuencia playera. Dado que el leit-motif musical de la película es el “Estudio No. 3” del Op. 10 de Chopin, ¿por qué no quedar guay poniendo como fondo la versión que de él realizó Serge Gainsbourg, con aire cutre-disco veraniego ochentero, y además cantada por su hija Charlotte cuando era pequeña? Buena idea, ¿no? El único problema es que la canción trata sobre el incesto padre-hija, lo cual, sobre imágenes de una niña de diez años en bañador, podría causar incomodidad a algunos. Pero, amigos, Gainsbourg es Gainsbourg, y si sirve para introducir una tímida dosis de incorrección política en una peli totalmente inocua, mejor que mejor.

Sobre todo porque la película es un concepto sin demasiado desarrollo. La idea de olvidar una pérdida familiar mediante un viaje a latitudes más cálidas es de las más explotadas en el cine, pero era tentador enfocarla como un ejercicio de estilo, como una improvisación sin guión, a lo nouvelle vague. El problema es que, para salir airoso del desafío, el cineasta debe ser un buen generador de acontecimientos, o poseer un ojo de águila capaz de captar la belleza fugaz en lo mundano. Ahora bien, si confundimos el lugar común con la espontaneidad (esos debates universitarios) o consideramos que el encuadre tembloroso y sin intencionalidad es el único antídoto al postalismo, mal andamos.

Y además me viene a la mente otra peli reciente que también evocaba el espíritu de “Amenaza en la sombra” y planteaba parcialmente idéntica lucha contra el dolor de la pérdida.“Vinyan”, aquella película que tantas protestas suscitó en la VI Muestra Sci Fi, ejemplifica un cine más oscuro, más pretencioso si queremos, pero comparte con “Génova” un concepto del rodaje como escritura, de la búsqueda del momento, que, sin estar logrado al cien por cien, sí lograba a ratos esa implicación del espectador que Winterbottom nunca logra, en parte por su distanciamiento de sus figuras, en parte por el concurso de un Colin Firth que parece convertir en comedia romántica cada plano en el que aparece, en parte por nuestra sospecha inquietante de estar ante la versión indie, con toques dramáticos, de “Un buen año” de Ridley Scott, un proyecto vacacional entre guiones más serios que se quiere vestir de sesuda reflexión. Era una buena oportunidad para hacer valer la ligereza sabia contra la introspección atormentada, pero, puesto a revisar algún año una de las dos, me quedo con la de du Welz. Y con “Slumdog”, por supuesto.

jueves, 14 de mayo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XIX)


El mensaje de Bertrand Valli a su hijo Boris terminaba con la frase “te esperaré en la torre”, una de las pocas legibles debido a la vetustez y el deterioro del pergamino. Puesto que esta prueba circunstancial involucra a Boris en los “Crímenes del Arlequín”, versión 1998, Malou lo citaa declarar en comisaría al día siguiente, bajo pena de detención si no aparece (me lo acabo de inventar, pero ¿a que parece creíble?). Con esto en mente, y asediado por remordimientos de cuanto hizo a Franz, Boris accede al deseo de Carla de conocer esta extraña ciudad futura. Para visitar sus recovecos, Vernon los conducirá en un fúnebre Rolls-Royce, hacia el cual Carla siente una antipatía inmediata.

En la misma ciudad, Irina y el ya muy espabilado Orlando roban, desafían a la sociedad y copulan a lo bestia, pero el nuevo inspector Tanner insiste en llevar el asunto personalmente y lo deja correr.

Ada, tras encontrar casualmente al padre Astolfo, que le proporcionó su primer orgasmo frotando sus braguitas de colegiala, concibe la idea de suicidarse tras dejar todo contado en una nota.

En el salón de Pedro Arteaga, desierto salvo por él, el piano interpreta en las tinieblas el “Vals Mefisto” de Liszt.

Pamela transporta como puede, en la nieve, al inconsciente Takeshi. Ojos ancianos y malignos los observan desde las alturas.

(Continuará)

jueves, 7 de mayo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XVIII)


Takeshi y una asombrada Pamela ascienden una colina nevada. Ella, poco acostumbrada a estos lances, resbala a menudo, exponiéndose a largas caídas, pero el japonés la retiene con brazo férreo. De cuando en cuando, él imita un extraño grito. Pamela prefiere no decir nada, siendo el silencio, además, una característica esencial de la relación entre ellos dos. Al cabo de un tiempo, aparece una extraña bestia, mitad primate, mitad felino, y ante el horror de Pamela, que adora a los animales, Takeshi la inmoviliza (a la bestia) y le practica con un estilete consagrado una incisión de la cual mana una sangre violácea que colma un pequeño cuenco. A continuación, invirtiendo los gestos místicos anteriores, pasa el estilete en sentido contrario por la herida, ésta se cierra, y la bestia queda libre, desapareciendo en la súbita nevada tras mostrar su terrible dentadura y deslumbrar con un resplandor retiniano. Nuevo período de ascensión. Llegados a un saliente protector en lo más crudo de la tormenta, Takeshi construye un altar oriental modelando nieve y ordena desnudarse a Pamela. Ella enrojece hasta los dedos de los pies, y sabemos esto porque obedece, avergonzada, a pesar del frío. Habiéndose acercado a ella Takeshi, lo abraza en un rapto temerario adolescente y trata de besar sus labios, algo nunca intentado antes. Takeshi reacciona horrorizado, la abofetea. Sus ocupaciones le obligan a mantenerse puro. Mientras la chica es presa de un llanto blando y extremadamente húmedo, Takeshi, ayudándose de un pincel y mediante la sangre de la bestia, escribe y dibuja sobre el cuerpo desnudo y aterido símbolos y pictogramas de carácter esotérico, mientras canta, recita, grita, ríe y jadea. Una burbuja de luz se abre en mitad de la impenetrable cortina de copos. En ella se materializa una mujer oriental de arrebatadora belleza e inmemorial atuendo cuyos pies no dejan huellas en la nieve. La aparición, con voz melodiosa si bien tonante, responde a las preguntas de Takeshi, cuyo sentido, al ser pronunciadas en japonés, desconocemos. Takeshi asiente de continuo con la cabeza, presa de un incontrolable temblor que hace sangrar su nariz. La entidad convocada se despide con un ligero beso en los labios de la pasmada Pamela, volatilizándose al instante. Pero Takeshi, sobrepasado por las exigencias de la ceremonia sobre sus nervios, pierde el sentido y cae al suelo, golpeándose la cabeza contra una roca. Pamela debe reaccionar.

(Continuará)