viernes, 11 de marzo de 2011
VIII Muestra Sy Fy de Cine Fantástico, tercera parte
Me cansa ya un poco la negatividad de los de siempre, que año tras año ven en acontecimientos como la Muestra Sy Fy la peor edición de su historia, con una selección horrible de películas y un balance nefasto. En cambio, a mí me parece que en este 2011 se fue más bien de peor a mejor, con una tercera jornada realmente satisfactoria llena de propuestas variadas y al menos un título de calidad sobresaliente. Para gustos, colores… salvo cuando el daltonismo se convierte en epidemia, claro está.
“Tucker & Dale vs. Evil” quizá sea lo que el público medio de un festivalillo de este tipo espera ver en todas sus películas: gore, comedia, acción y ritmo acelerado, amén de una reafirmación esperanzadora en su condición de frikis. El director Eli Craig conoce los paralelismos entre la figura del paleto redneck y la del fan medio del fantástico y el terror: ambos son igual de inaceptables para la sociedad “normal”, y a menudo son confundidos con locos peligrosos pese a su buen corazón. La cadena de equívocos que hace que los dos bonachones hillbillies aparenten ser, a ojos de un grupo de universitarios pijos, trasuntos de los Leatherface o Jason de turno, está orquestada con gran eficacia, sabiendo dosificar el humor negro de manera que nunca resulte del todo ofensivo, y centrando la considerable artillería sentimental en el personaje de Dale, interpretado por un Tyler Labine que parece la versión oso de peluche de Santiago Segura, y a quien se le adjudican, en un giro esencial para la identificación del público, los favores de la chica guapa. “Tucker & Dale” tiene un ritmo comercial que no decae demasiado y está llena de momentos divertidos, aunque, por otro lado, está claramente calculada para ganarse el corazón de un determinado público.
Un público, que, a tenor de lo leído por ahí, no supo apreciar la película siguiente, “Thirst” de Chan-Wook Park, que sin embargo me pareció toda una lección de cómo integrar elementos fantásticos en una historia de realismo cotidiano hasta que terminan invadiéndola del todo, y una sucesión inabarcable de ideas visuales y narrativas al servicio del vampirismo visto como una liberación total de las pasiones al margen de la moral. La verdad es que la división de opiniones sobre esta película tampoco me extraña: la idea de lo que tiene que ser una película de género es cada vez más estrecha y limitada, sobre todo entre los supuestos adalides del cine clásico, mientras que resultará difícil que el público finolis del cine de autor acepte una película en la que los personajes chupan sangre y vuelan. La originalidad de Park no es tanto yuxtaponer vampiros y religión, sino más bien tomar una historia sin relación con el terror (en concreto, la de “Thérèse Raquin” de Émile Zola) e incorporarle sin que chirríen tropos del género, añadiendo de ese modo dimensiones adicionales de vértigo, erotismo y visceralidad de una manera no muy distinta, aunque desde luego más habilidosa en lo visual, a la que empleó en varias de sus películas David Cronenberg. Porque una de las cosas que plantea esta película es un retorno a las raíces peligrosas del romanticismo, a los peligros que conlleva el dejarse llevar por las pasiones y a la inevitabilidad de acabar consumido por ellas. Los de siempre dirán que Park hace planos muy bonitos que no comunican nada, pero a mi juicio hay un contenido humano muy grande, un alucinante viaje emocional desde la mujer atribulada y asustada que entabla relaciones con el sacerdote infectado hasta la feroz y exuberante vampira que ve al resto de los humanos como presas. Como provocativo cuento moral, como muestrario de un estilo con poca competencia en el cine de hoy, y, simplemente, como aportación artística al fantástico contemporáneo, “Thirst” no tiene precio. Aburrirse con esto, pues… bueno, al parecer el daltonismo también es digno de respeto.
“Dream home” vuelve al gore cafre, pero con una diferencia, que también, claro está, molestó a parte del público. La protagonista mata salvajemente a varios habitantes de un edificio, pero lo hace como síntoma, o símbolo, de la encarnizada competitividad capitalista que causa estragos en la vida de los hongkoneses menos favorecidos. Ay, esos flashbacks… Tras cada escena brutal, realizada de manera eficaz y sin concesiones, se nos da una pequeña lección de historia y economía recientes, preparando el terreno, de manera acumulativa, para la explosión asesina de la protagonista. A nuestro público le fastidió bastante esta estrategia, pero un servidor se permite preferirla a la de “Hatchet 2”: si no se puede tener gore de principio a fin, yo prefiero tener contenido social a chorradas autoirónicas de gracia discutible. El hecho de que la parte dramática de “Dream home” pudiésemos verla en cualquier título “realista” del cine oriental estrenado en el circuito correspondiente, realza más, en lugar de lo contrario, sus segmentos más explotativos, pues los sitúa en un contexto reconocible, incluso casi demasiado reconocible: no me pareció que la mayoría de los asistentes captara la ironía final, cuando se anuncia por la radio la explosión de la crisis que vivimos actualmente y se insinúa que la verdadera masacre, superando todo lo presenciado en la peli, la vivimos ahora.
La clausura, “El último exorcismo”, sin tampoco ser una maravilla dejó mejor sabor de boca que el “Halloween 2” del año anterior. El subgénero del falso documental ya empieza a estar un poco trillado, hasta el punto de que cualquier espectador de “The Blair Witch Project” y todas las que vinieron después (aunque quizá la verdadera abuela de todas ellas sea la belga “Ocurrió cerca de su casa”) sabe perfectamente desde el inicio de “El último exorcismo” cómo será su final, incluso si se está haciendo un poco de trampa con el espectador (un documental de verdad, con postproducción, música de fondo, rótulos con los nombres de los participantes, etc., jamás acabaría de ese modo). Lo interesante de la película es, por un lado, la figura del falso exorcista, predicador de éxito que maneja de modo cínico una batería de recursos escénicos, y, por otro, la ambigüedad que hace posible ver la supuesta posesión de la chica como una sórdida historia de abusos familiares en una vivienda rural casi al margen de la civilización. Es una verdadera lástima que el director Daniel Stamm opte por una salida inequívoca y fácil a una historia que se salía del tópico “visceral” de muchas de estas historias de falsa realidad, y planteaba posibilidades mucho más inquietantes. Pero, qué demonios, pudo haber pelis de clausura mucho peores.
Así que no hagáis caso a los amargados: en lo que a mí se refiere, la Muestra Sy Fy fue una experiencia de lo más gratificante, con al menos una gran película y al menos seis o siete muy válidas, y ya espero con ganas la novena edición para el 2012.
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