viernes, 29 de junio de 2007
"La juguetería mágica" de Angela Carter
“El verano en que cumplió quince años, Melanie descubrió que estaba hecha de carne y hueso”. Así comienza “La juguetería mágica”, segunda novela de Angela Carter, dejando clara su intención de describir la transición a la edad adulta de una adolescente por vía de su proceso de maduración sexual.
Pero tratándose de Angela Carter, estaba claro que no nos encontraremos exactamente lo que esperábamos. Aunque en 1967 Carter aún estaba lejos de la acidez imaginativa de novelas como "La pasión de la nueva Eva", “La juguetería mágica” contiene el germen del revisionismo psicosexual de los cuentos de hadas en el libro de relatos “La cámara sangrienta”.
No se trata de una novela fantástica en modo literal, aunque podría argumentarse que la mirada mágica de la protagonista y su lectura de los acontecimientos se alejan del realismo casi dickensiano al que se prestaba la historia y dejan lagunas deliberadas en forma de escenas surreales, oníricas e incluso terroríficas, que una lógica narrativa tradicional no explica satisfactoriamente.
Después de que Melanie, durante un viaje a América de sus padres, se pruebe el vestido de novia de su madre, lo desgarre y se vea obligada a trepar desnuda al manzano que crece junto a su ventana para regresar a su habitación, la subsiguiente muerte de los progenitores en accidente aéreo se le antoja una lógica consecuencia y justo castigo por su transgresión. Ella y sus dos hermanos pequeños deberán dejar su idílica campiña y mudarse, en un Londres depauperado y sórdido, a casa de su tío Philip, un juguetero brutal y autoritario que ha reducido a la mudez a su joven esposa Margaret y la tiraniza al igual que a los dos hermanos de ella, Finn y Francie, como pareció ser, durante siglos, el sino de los irlandeses a manos de los ingleses.
Ya desde el principio, el simbolismo campa a sus anchas: el manzano junto a la casa familiar insinúa que la infancia era el paraíso, el vestido de novia es un emblema del despertar al sexo y a la vida adulta. Llegados a la casa del tío Philip, entramos en un universo casi de novela gótica, con un cabeza de familia orondo y terrorífico, creador adusto de figuritas inanimadas, a quien resulta difícil no identificar con Dios (o con Rod Steiger, cuyo rostro, suplementado de enormes bigotazos, se me sobreimpresionaba sin parar a las descripciones de Carter).
Margaret, su esposa, aunque no es realmente muda, perdió el habla desde su boda con Philip y se comunica escribiendo con tiza en una pequeña pizarra que siempre lleva consigo. Por si fuera poca su esclavitud diaria en el hogar, su atavío para los días festivos, un vestido anticuado e incómodo adornado con un collar de plata, rivaliza en mortificación con una armadura medieval y casi produce mayor sufrimiento que placer.
En cuanto a los hermanos, Finn y Francie tienen algo de Caín y Abel en sus caracteres contrapuestos, en la rebeldía peligrosa y excitante de uno frente a la bondad ralentizada del otro, pero la tensión homicida se establece aquí entre padres e hijos, en un reflejo tanto del conflicto anglo-irlandés como del nuevo papel de los EEUU tras la II Guerra Mundial(no olvidemos que la foto de Philip en la boda de los padres de Melanie lo muestra como un joven Buffalo Bill).
Pero Finn, más que Caín, es comparable a la serpiente del Edén. Empezando porque es un ángel caído: Philip, descontento con los manejos de Finn en su teatro de marionetas, lo empuja desde lo alto al escenario, lo que motivará una inquietante modificación de su carácter. Finn parece destinado a iniciar a Melanie en el sexo: el paseo de ambos por el parque abandonado, donde yace derribada en fragmentos una estatua de la reina Victoria, culminará en el primer beso entre ambos, a la par que el ensayo de la segunda obra de marionetas, la historia de la violación de Leda por el cisne, se considera diseñada por el patriarca para propiciar la pérdida de la virginidad y el posible embarazo de la chica.
Quizá quepa ver en esta novela una empanada de simbolismos psicológicos y políticos en apoyo de una agenda feminista, pero el arsenal de imágenes convocado por Carter se aleja de la vulgaridad iconográfica de mucho arte que se quiere revolucionario: ya en el segundo párrafo del libro brilla el adjetivo “prerrafaelista”, mientras en otros segmentos, por ejemplo el consagrado a las pinturas vengativas de Finn, se invoca el espíritu del Bosco, y Edgar Allan Poe es nombrado en más de una ocasión.
Las trampas que acechan a una chica al borde de la edad adulta se dibujan con pasión visionaria: el hogar, una prisión gótica; la familia, una maldición marcada a fuego con los estigmas de la clase trabajadora; el sexo, un laberinto de placer y dolor, de voyeurismo (Finn espía a Melanie por un agujero en la pared en el mejor espíritu de Norman Bates) y de apariencias engañosas (Melanie pierde el sentido en el momento culminante de la recreación, protagonizada por ella misma y una marioneta, de “Leda y el cisne”; más adelante se insinúa que Philip estaba oculto en el falso cisne, pero nunca sabremos a ciencia cierta lo que pasó).
La liberación de este orden patriarcal opresivo no podrá llevarse a cabo sino mediante la transgresión, que tendrá una doble dimensión: por un lado el obvio simbolismo del destrozo del cisne y por otro, en nueva negación del carácter doctrinario y elemental que planea sobre el libro, el descubrimiento de la relación incestuosa entre Margaret y Francie. Visto lo visto, la juguetería mágica tenía que terminar como la Casa Usher.
Tengo entendido que la editorial Minotauro saldó toda la obra publicada en España de Angela Carter, durante la época en que Porrúa la vendió a Planeta y los nuevos amos dejaron atrás las ambiciones artísticas del antiguo en pos de un éxito comercial que los ha eludido concienzudamente. Una lástima, porque Carter era una de las originales: a pocos se les ocurriría hacer de una fascinante juguetería de época un escenario tétrico de tiranía y represión, y pocos demostrarían un don tan rico y exuberante para la metáfora y el lenguaje, sabiendo transmitir un ideario a base de inquietar en lugar de sermonear. Y no olvidemos que Angela estaba sólo en los comienzos de su carrera: en lo sucesivo, superaría con creces este muy sugestivo libro.
Muerta a los 51 años. Qué os parece.
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2 comentarios:
¡Hay, abuelo! Pues me parece que la Carter es una de mis escritoras fetiche, como puedes comprobar en esta entrada de mi blog:
http://cfebook.blogspot.com.es/2010/11/angela-carter.html
De todas formas, ya ves que mi post, como el tuyo, no causó la más mínima "reacción mediática", pero bueno... mientras nos queden la obras de Ballard,la Carter, Jeffrey Ford, Gene Wolfe, etc., "que nos quiten lo bailao".
Por cierto: ¡Qué asquerosamente buenas eran tus reseñas de esta época! A veces te las envidio de la peor manera, ¿sabes?.
Ultimamente te has desconectado bastante y también te veo algo disperso... pero no te lo tomes como crítica negativa: es solo mi opinión.
¡Un brindis virtual por los buenos tiempos!
Lo de desconectarse tiene sus razones: baste decir que uno termina cansándose de dedicar una porción muy apreciable de su escaso tiempo libre a actividades que pasan más bien desapercibidas. No le quepa a usted duda de que si mis entradas me reportaran una cosecha de lolitas góticas de intelecto precoz deseosas de conocerme, en este momento sería un bloguero prolífico, pero las circunstancias me van llevando a encerrarme en mí mismo de modo progresivo.
Mis reseñas, bueno, es cierto que a veces releo algunas y me pregunto cómo es posible que escribiera aquello, pero en cierta manera vi que llegué al final de un ciclo y que mi reivindicación de un fantástico "literario" chocaba de frente con un fandom que simplemente buscaba otras cosas, como puede uno ver en la sección de fantasía y CF del Corte Inglés, llenos de portadas al estilo Corominas, títulos que contienen al final la letra Z y una serie de características que gritan en voz alta el vocablo "friki".
Yo en cambio me leo en estos momentos el segundo volumen de "The orphan's tales" de Catherynne Valente, que reinventa el feminismo crítico de los cuentos de hadas de Carter, pero dándole a la vez una dimensión política y una imaginación simbólica casi violenta, a la par que una retórica exquisita, y me digo, ¿para qué voy a reseñar esto? La típica frase elitista y cabrona de "esto es demasiado bueno para vosotros" no se me quita de la cabeza. En cierto sentido, nunca ha habido escritores de fantasía tan buenos como los de ahora, pero aquí se prefiere sacar novelas del Warhammer. Ya perdimos el tren de la new wave, y ya lo estamos perdiendo ahora.
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