domingo, 20 de abril de 2008
"El jardín de infancia" de Geoff Ryman
Cada cierto tiempo, algún editor español incurre en la soberana ingenuidad de creer que el público lector de ciencia ficción está preparado para una novela larga, ambiciosa, densa en psicología, conceptos y escenarios, alejada del dogma que identifica el subgénero con las aventuras espaciales, con el entretenimiento tosco pero eficaz de los viejos autores pulp. El ejemplo más reciente que puedo citar es el de Roca Editorial, que apostó por “El jardín de infancia” de Geoff Ryman, obra prestigiosa en el mundillo anglosajón pero que llevaba inédita por aquí unos 18 años. Apostó y perdió: todavía tengo que cruzarme con algún miembro del fandom que exprese algo más que desprecio y descalificación cuando se le nombra este libro, en un torrente de sapos y lagartijas como no se veía desde “Luz” de M. John Harrison.
Una reacción a todas luces exagerada: aunque es un libro que no carece de sus defectos, que quizá no haya calibrado bien el efecto final de su exuberancia, de su concentración introspectiva en un personaje que no llega a despertar toda la empatía que debiera, está claro que no es tan insoportable como se quiere dar a entender. Tanto su inédita manera de poner en escena una futura Inglaterra, con un Londres tropicalizado y modelado a partir del comunismo asiático, como su inusual galería de personajes a cual más peculiar y grotesco, sus retorcidas especulaciones científicas a medio camino de la filosofía, o su carga emotiva que a ratos alcanza un notable “pathos”, todo ello vehiculado a través de un constante bombardeo informativo, podrán apabullar o sobrecargar, pero raras veces aburrir, a no ser que disfracemos de aburrimiento lo que no es sino una reacción visceral de rechazo a lo que leemos.
Personalmente creo que no es un libro facilísimo de leer, pues exige un recogimiento, una lentitud en la asimilación, unas pausas para “digerir”, opuestas en todo al ideal lector de los fandomitas, es decir, el “pasapáginas” que se engulle como lo hace un pavo y donde casi todo se sacrifica al impulso hacia delante. Pero tampoco creo que “El jardín de infancia” sea un “Finnegans wake” de Joyce. Me da el pálpito de que ese no es el problema.
Tal vez parte del obstáculo haya que buscarlo en las ambiciones artísticas de Ryman, su invocación constante de la alta cultura, del teatro shakespeariano, la música clásica o, en particular, la ópera. Odio generalizar, pero, así a bote pronto, una buena parte del público lector de la CF sitúa sus metas intelectuales en el campo de las ciencias, entendiéndolas como un campo objetivo del saber con validez práctica universal, algo de lo que carecerían muchas de las humanidades, que a menudo sirven de cabeza de turco de un sistema educativo que no sabe transmitirlas o las estigmatiza como seña de identidad de una clase acomodada o espabilada que vive de señalar la ignorancia del populacho y restregársela en la cara.
Partiendo de estos presupuestos, ¿cómo enfocar una novela que en gran medida trata sobre el proceso de puesta en escena holográfica de una ópera sobre “La divina comedia” de Dante? ¿Donde figuran como elementos importantes de la trama “La canción de la tierra” de Mahler o “Trabajos de amor perdidos” de Shakespeare? ¿Donde se da por supuesta una formación musical básica, así como una tolerancia hacia el tipo de estructuras en arco, pausadas y prolongadas, de un movimiento sinfónico del postromanticismo? Mientras que para otros la CF es rock de garaje, punk, nueva ola o rock gótico, pretendidas alternativas al sistema, Ryman se pone del lado de la cultura oficial e imprime a sus páginas la gravedad ensimismada, las arquitecturas monumentales, la seriedad humanista pero un tanto plomiza, de una sinfonía de Gustav Mahler o Anton Bruckner. Y vale, Mahler valdrá menos para ambientar fiestorros que los Strokes o Franz Ferdinand, pero, fijándonos en el uso creativo de la música, ¿quién tiene más ideas, quién es más variado, quién más expresivo? Lo que pasa es que los forofos de la CF montan la de san Quintín cuando algún crítico listillo les dice que su subgénero predilecto no es arte, pero cuando viene un pretencioso como Ryman a darles arte a espuertas, no les gusta lo que encuentran. Porque el arte, como la fama, cuesta. Y aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor.
Otro factor que conviene tener en cuenta a la hora de analizar el rechazo fandomita a “El jardín de infancia” es el elemento lésbico. No olvidemos que uno de los ejes fundamentales de la trama es el amor de la protagonista, Milena, hacia Rolfa, una chica alterada genéticamente para sobrevivir temperaturas antárticas, pero que será asimilada y corregida de sus tendencias por el sistema, dejando de su antiguo ser tan solo la mencionada ópera sobre Dante. El hecho de que uno de los últimos autores en dejar huella sobre el fandom sea Richard Morgan, con sus aventuras de Takeshi Kovacs, superhombre que extermina sin piedad a todos los malotes y se acuesta con cuanta fémina se ponga a tiro, deja claro lo que Ryman no parecía saber: que la CF es cosa de machos. Acostumbrados a viriles peripecias de héroes de pelo en pecho, la verdad es que fastidia tener que tragarse los cometarros de una tortillera. Y si no que se lo digan a Miquel Barceló, cuya edición en Nova de la novela “Río lento” de Nicola Griffith fue recibida con clamor de indignación por los aficionados, para quienes el lesbianismo sólo parece ser tolerable en la versión de él que presentan los realizadores de cine porno.
O tal vez estemos hablando de una mala traducción incapaz de comunicar los matices del estilo o que hace oscuro e incomprensible lo que el original sí deja más o menos claro. No sé. A mí por lo menos no me ha costado llegar al final, me ha intrigado esa premisa paradójica de la desaparición del cáncer como final de la longevidad humana, de la educación mediante virus implantados casi desde la lactancia. He encontrado curiosa esa tecnología biológica, esas naves espaciales vivientes, esas epidemias de tranferencia mental, de empatía abusiva con las formas de vida, de la canción como elemento imprescindible de la comunicación oral. Esos embarazos masculinos que a menudo se saldan con la muerte. Una pléyade de elementos apasionantes que darían para medio centenar de relatos cortos pero que Ryman, quizá equivocadamente, ha preferido integrar en una larguísima narración cuya prodigalidad puede aturdir. Tampoco le ayuda tomarse tanto en serio a sí mismo, cuando un punto de humor mordaz, al estilo de Angela Carter, con cuya obra guarda cierto parentesco, le habría ayudado a comunicar mejor su mensaje. Pero me sabe mal censurar su grave concepto de la trascendencia moral, cuando varias de las apoteosis, en especial la última, logran una dignidad poética más bien emocionante.
Pero si esto no nos llega, si encontramos, tras un centenar escaso de páginas, que estamos ante un tostón insufrible, siempre podremos reivindicar valores más básicos, como el de exterminar zombis durante un par de horas en la videoconsola. No será mejor ni peor, será distinto. Quizá a Mahler le hubieran gustado los videojuegos, le hubieran consolado de la muerte de su hija pequeña, de tener que abjurar del judaísmo para ser nombrado director de la ópera. Pero la música sería más pobre sin las sinfonías de Mahler, por muy plúmbeas que puedan resultar a veces, así como la CF sería más pobre sin escritores como Ryman. Leed la novela otra vez cuando seáis mayores. Aunque... ¿ser friki no significa no hacerse nunca mayor? ¿La apreciación del arte “serio” no es un comienzo de vejez, de “rendición al sistema”? Preguntas apasionantes a las que sólo puedo dar una respuesta.
No.
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2 comentarios:
siempre podremos reivindicar valores más básicos, como el de exterminar zombis durante un par de horas en la videoconsola
Je. Es a lo que me estoy dedicando en vez de seguir con esta novela. Aunque en vez de zombis son otros zumbados que se conectan en red para darse caña en el Halo 3 XD
No te puedo negar que tienes razón en casi toda tu argumentación, salvo en el detalle del lesbianismo. Ahí creo que se te ha ido la mano un poco (no veo al fandom tan homófobo, aunque tampoco tengo demasiadas herramientas de juicio)
Yo tampoco tengo tantas herramientas de juicio, pero siempre he pensado que la reacción tan hostil a "Río lento" tuvo mucho que ver con el tipo de orientación sexual que traslucía.
Lo demás es un poco ganas de tocar las narices, pero si me permites matizar, lo hago: no es tanto un tema de homofobia como de que reivindicar los "amores diferentes" es visto como un buenrollismo políticamente correcto y por tanto aburrido.
Lo que mola hoy por hoy es ir de genial provocador políticamente incorrecto, lo cual puede ser muy divertido pero también enmascarar actitudes genuinamente reaccionarias vendidas como sátira o parodia.
Y es que dar por supuesto que todos respetamos opciones sexuales diferentes, y que llamar la atención sobre ello es innnecesario, es como poco arriesgado.
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