Uno de los puntos positivos de la Muestra de este año fue comenzar con uno de los títulos genuinamente esperados del cine de género fantástico y terror. Había genuina expectación en ver qué había hecho Scott Derrickson después de salir escopetado de la segunda “Doctor Strange” (de la que llegó a afirmar, cuando se anunció el proyecto, que sería “la primera película de terror de Marvel”) y asociarse a la productora Blumhouse, necesitada de cierto oxígeno artístico tras una racha de remakes que no fueron muy bien acogidos. Derrickson recuperaba otra vez como protagonista a Ethan Hawke, quien, pese a declarar alguna vez su no excesivo entusiasmo por el fantástico, vuelve a él una y otra vez, ya sea con los hermanos Spierig (aprovecho para reivindicar “Predestination”, adaptación del cuento de Heinlein “Todos vosotros zombies” que pasó bastante inadvertida), ya sea con Derrickson (“Sinister” es una de las raras películas de terror recientes que consiguieron darme momentos de mal rollo e incomodidad).
Derrickson me parece un cineasta curioso. En sus inicios
llegó a colaborar con Wim Wenders en una película llamada “Tierra de
abundancia”, contribuyendo más tarde a ese peculiar rompecabezas que es
“Condenados” de Atom Egoyan, y ha manifestado en varias ocasiones sus creencias
católicas, lo cual es bastante apropiado para una de las tradiciones
fundamentales del cine de terror, la confrontación maniquea entre el bien y el
mal, que en principio no es de las más pesimistas pues bajo ella subyace un
sentido fuerte de que el universo tiene sentido.
“Black phone” adapta un relato de Joe Hill cuyo contexto
lo pone más cerca de su padre Stephen King que de otras creaciones suyas más
surreales y sorprendentes (pienso por ejemplo en el cuento “Pop Art”, en el que
un estudiante convertido por una extraña enfermedad en un globo humano ha de
ser protegido de los abusones que desean pincharlo). Tenemos un pueblo pequeño
en el que actúa un asesino en serie que rapta y asesina a chicos adolescentes (y
otras cosas entre medias que solo se insinúan para inquietar más), una chica
cuyos sueños se pueblan de visiones reales y un teléfono sobrenatural (el del
título) que permite establecer comunicación directa con el más allá.
Se trata de un producto atractivo que no nos ha llegado
a convencer del todo: se dan cita tantos elementos (otra trama fundamental es
la del violento “bulllying” sufrido por el protagonista) que lograr un
equilibrio entre ellos resulta una tarea difícil (desconozco el relato de Hill,
pero presupongo que muchos de los elementos que hacen la película un tanto
difícil de ver como un conjunto se han añadido en el desarrollo a largo). Tener
a Hawke, a mi juicio una de las grandes figuras actuales de Hollywood, en
semejante papel de perturbado sádico, creo que hubiese merecido una
concentración mayor en su personaje, más allá de ponerle la máscara de
“Onibaba” y ponerle a esperar semidesnudo en una silla. Querer concentrar el
contenido terrorífico en “jumpscares” que encima vienen de apariciones
sobrenaturales sin intención maligna, minimiza el horror de la situación del
chico, al cual, quizá por el tono de “coming of age” adolescente que la
película a su pesar adopta (y digo a su pesar porque hay cierta voluntad de dar
un tono más duro con la sangre en las escenas de peleas juveniles, pero no se
va mucho más allá), nunca creemos en serio que le vaya a suceder nada malo.
Los elementos que permiten la supervivencia final del
chico, aparentemente inconexos en un principio, se conjugan al final en un
clímax inteligentemente orquestado, pero vistos fríamente recuerdan un poco a
las trampas con las que Macaulay Culkin combatía a los dos ladrones en “Solo en
casa”. Pienso que ese ochenterismo por defecto se debería haber evitado: ahí
pongo en duda el “hype” que quería ver en “Black phone” una revancha poética de
Derrickson para disfrutar de la libertad creativa que Kevin Feige hace inviable
en Marvel. Su película no es mala ni por asomo, pero la veo lejana de los
mejores momentos de su cine anterior, y le echo en falta el empujón extra que
hace que una ficción de terror se quede contigo. Es harto sintomático que las
filmaciones en Super 8, elemento icónico de “Sinister”, reaparezcan aquí en su
función más habitual y casi tópica de ventanas hacia un pasado más o menos
añorado, cuando “Sinister” subvertía esto con resultados a veces
escalofriantes. Con todo, la película parece haber funcionado bien, recuperando
la inversión de su presupuesto unas 7 u 8 veces, con lo cual Derrickson se
mantiene como una fuerza creativa a tener en cuenta, con al menos un proyecto
inmediato, la adaptación de la novela del injustamente semiolvidado George Alec
Effinger “Cuando falla la gravedad”, que me intriga bastante.
Un complemento interesante a “Black phone”, dado su muy
similar planteamiento, fue la segunda peli de la tarde del domingo, “The boy
behind the door”, que de nuevo tiene a un niño secuestrado y aprisionado en una
casa, en esta ocasión por un grupo de varias personas que comercian con
las perversiones de otros, con la diferencia de que en esta ocasión otro chico,
de raza negra, se cuela también en el coche y se enfrentará él solo con los
raptores para salvar a su amigo. Pese a que los dos meses transcurridos no
hayan sido tampoco muy amables con esta modesta producción (en ese sentido la
cinta de Derrickson es mucho más memorable), “The boy behind the door” tiene al
menos el aliciente de que su peripecia es mucho más compacta, centrándose en el
suspense de cómo se va descubriendo la casa y lo que hay en ella, y de las
estratagemas que ideará el protagonista contra los villanos, aunque aquí tal
vez nos internemos mucho más en territorio “Solo en casa”, pues, por muy
astuto, callejero y macarra que pudiera ser el chaval (que tampoco se nos
insiste mucho en esto), la credulidad del espectador se resiente un poco, o un
mucho, al ver la facilidad con que un adolescente puede hacer mucha pupa o
incluso matar a adultos de 30 o 40 años que supuestamente son expertos en
raptar a chicos de esta edad para venderlos a pedófilos, aunque, bueno, creo
recordar que se hace intervenir al azar para que esto sea más creíble, algo
que, aunque puede suceder en la realidad, en los guiones o novelas suele quedar
un poco mal. Y lo cierto es que, revisando por ahí la sinopsis, tampoco hay
mucho más, es un poco el típico ejercicio de estilo con el que muchos cineastas
noveles empiezan a foguearse. Recuerdo que había una especie de mecanismo para
que el niño secuestrado no escapara, consistente en que empezaba a recibir
descargas eléctricas si abandonaba la habitación o algo así, aunque, en una
historia de este tipo, no vas a empezar a sentir inquietud o miedo hasta que
ves que a algún personaje principal le sucede algo irreversible. Un final feliz
suele hacer que recuerdes menos una película, y si encima tenemos a un policía que
aparece en el momento justo para disparar y matar, peor todavía. Lamento
revelar el final, pero es que una resolución tan perezosa merece ser “spoileada”,
lo siento.
Merece la pena reseñar que “The boy behind the door” ha
tenido su difusión fundamental en la plataforma de streaming Shudder, propiedad
de AMC Networks y, que yo sepa, no disponible en España, pues me da la coartada
perfecta para pontificar de forma ignorante sobre la “plataformización” del
cine y como esto termina llevando a productos baratos de entretenimiento poco
exigente como el que nos ocupa, en lugar del oasis de libertad creativa que
muchos pensaban que abrirían estas modalidades de pago por visión. En cierta manera, cuando más amplio
sea el público potencial, mayores las posibilidades de ofender a espectadores
sensibles, pero claro, si una obra de terror no te ofende y no violenta tu
sensibilidad, poco terror te va a producir, amén de que, en el plano artístico,
pocas normas te vas a poder saltar si no tienes un nombre de cierto peso. Creo
que las modalidades “obsoletas” de exhibición forzaban a los creadores a ser
más osados, para destacar sobre una competencia que desaparece desde el momento
que todos los productos están a la misma ínfima distancia de un “clic”. La idea
del audiovisual como un “servicio” que provee un contenido indiferenciado me
horroriza bastante y le veo consecuencias feas en un futuro, pero quizá sea
mejor verlo como lo que os dije antes, pontificaciones de un ignorante, y
tratar de buscar las joyas en un bosque cuya espesura crece a ojos vista y
donde resulta cada vez más difícil encontrarlas.