martes, 31 de diciembre de 2013

"Gohatto" (1999): Envainaré mi espada en ti


 
Alivia un poco ver a Oshima cerrando su carrera con una película más “suya” que las demás del último periodo, aunque comparta varios de sus núcleos temáticos: la marcialidad japonesa como síntoma de homosexualidad mal asumida o el supuesto poder destructor del deseo. Parece irreverente retratar a los famosos Shinsengumi como un nido de pasiones gays reprimidas, pero ahí no descubrió Oshima la pólvora: vean si no el anime “Peace Maker Kurogane”, donde se da por hecho que Hijikata y Okita eran amantes. Una lástima que la historia no esté mejor contada (el personaje de Asano, el supuesto amante de Sozaburo, desaparece de la trama para no volver hasta el clímax) pero regocija que el contestatario Oshima finalice su filmografía con la imagen de Kitano cercenando de un katanazo uno de los símbolos oficiosos del Japón: el cerezo en flor.

"Max mon amour" (1986): Un amante muy mono


 
La peli que cerró de raíz el prometedor ciclo de coproducciones internacionales de Oshima. Especie de homenaje a Buñuel con varios de sus colaboradores, ambientado en un París cosmopolita de intelectuales y diplomáticos, “Max, mi amor” demuestra varias cosas. Primero, que la relación amor-odio de Oshima con Japón tenía más de lo primero, porque su única obra carente de elementos japoneses es también, y con diferencia, la peor. Segundo, que su aptitud para la comedia ligera tiraba a lo mínimo. Tercero, que la identidad autoral del nuevo Oshima como cantor del deseo prohibido fue flacamente servida por una idea que parece fruto de una borrachera nocturna pero siguió pareciendo buena a la mañana siguiente. ¿Charlotte Rampling haciéndose arrumacos con un tipo disfrazado de mono? ¿Nadie pensó en que podían pasar 13 años hasta que se le dejara rodar de nuevo?

"Merry Christmas, Mr, Lawrence" (1983): Amar al enemigo


 
Ambiciosa coproducción internacional posibilitada por la notoriedad de “El imperio de los sentidos”, “Mr. Lawrence” plantea la reconciliación post-bélica entre Japón y los aliados de manera curiosa: el alto mando nipón llegó a cotas de fanatismo enfermizo a base de sublimar su homosexualidad narcisista, pero el japonés llano, vulgar y borrachín, simbolizado por Kitano, tiene un buen corazón bajo su exterior cabroncete y un pelín sádico. Oshima parece ponerse en la piel del ex enemigo al ver en las novatadas de un colegio inglés un cierto parentesco con la crueldad social japonesa, y es todo un detalle por parte del Bowie actor el saber cantar mal si lo pide el guión. Pero el comandante británico parece de parodia, y da pena que el cineasta fascinado de siempre por las mujeres se ganara una reputación “queer” a causa de esta peli.

lunes, 30 de diciembre de 2013

"Ai no borei" (1978): El pozo insondable del deseo


 
Tras ver completo el ciclo Oshima, pienso que “Ai no korida” es su última película realmente buena, y que lo posterior no pasa de interesante. Y eso que “El imperio de la pasión” solía encantarme, con su romance transgresor y criminal condenado al desastre en un intransigente ambiente campesino. Ahora creo que Oshima renuncia a su credo anterior jugando las bazas del exotismo y la brillantez estética, que, en contradicción del guión, solo hay tres años de diferencia entre Tatsuya Fuji y Kazuko Yoshiyuki, quien, pese a su indudable belleza, derrapa fatalmente como actriz dramática; que la dimensión política, centrada en el impresentable policía, peca de pueril, y que el tormento final de los dos amantes está incompetentemente plasmado. Los elementos sobrenaturales parecen tomados de Kaneto Shindo, pero he de confesar que la resignación del fantasma del marido me llega.

"Ai no korida" (1976): La corrida de toros del amor


 
Mis hermanos no saben quiénes son Ozu o Mizoguchi, y Kurosawa les suena vagamente, pero todos han visto “El imperio de los sentidos”, película aún discutida (para unos, valiente exploración de los límites de la sexualidad; para otros, explotación consciente y calculada de la nueva permisividad setentera) y francamente poco erótica, quizá por rupturismo artístico, quizá por la frialdad intelectual de Oshima. Curiosa tanta explicitud en un cineasta que siempre fue oblicuo, y apenas dos o tres secuencias recuerdan a sus obras anteriores, pero al menos vuelven la densidad temática y la multiplicidad de interpretaciones. El sexo desatado sería la vía de escape tanto de una mujer oprimida como de un hombre abocado a seguir la ola militarista de su sociedad, pero en la práctica un par de planos detalle hacen olvidar a muchos que se les transmiten unas ideas.

"Natsu no imoto" (1972) : Mi hermana, mi amor



Segunda parte de lo que llamo “el díptico del incesto”, pero esta vez en clave de inesperada comedia veraniega. El regreso al simbolismo tal vez se debe a tratar otro asunto “sensible”, la devolución a Japón de Okinawa, y quizá Oshima consideró mejor tratar el asunto como la reunión playera entre dos chicos jóvenes y guapos, cuya unión debía ir más allá de lo estrictamente fraterno para poder sentar unas bases sólidas de futuro (después de todo, el archipélago japonés tiene su origen mitológico en la unión carnal entre Izanagi e Izanami, que eran hermano y hermana). Película extrañamente amable y luminosa para ser de Oshima, desplegada al lánguido son jazzero del Fender Rhodes de Takemitsu, con las preciosas Hiromi Kurita y Lily, y los habituales Rokko Toura y Taiyi Tonoyama dirimiendo la reconciliación a bordo de una barca zozobrante.

"Gishiki" (1971): El gran teatro de la sociedad


 
Tras la muerte, el renacimiento, pero, como el Sherlock Holmes vuelto de las cataratas, podría argumentarse que ya no era el mismo. Desde 1971, tenemos a un Oshima “depurado”, preocupado por dejar siempre clarísimo su mensaje (quizá por dirigirse mayormente a un público extranjero dados sus contratiempos en Japón) y adoptando muchos modos estéticos, típicos del cine de su país, hasta entonces repudiados. “La ceremonia” recuerda en muchos aspectos a “Noche y niebla…”, utilizando toda la puesta en escena suntuosa del “viejo cine”, pero pervirtiendo temáticamente su folklorismo plástico, mediante escenas de violaciones, incesto y abusos varios que vienen a simbolizar de manera bastante obvia la corrupción inherente a unas estructuras sociales heredadas de un feudalismo inmemorial. Desaparece el entretenimiento intelectual de extraer un significado fugitivo, pero la estructura en flashbacks y el pulso firme mantienen muy bien el visionado.

domingo, 29 de diciembre de 2013

"Tokyo senso sengo hiwa" (1970): La cámara como arma suicida


 
La joya oculta de Oshima, a la par que una suerte de testamento y exorcismo personal. Con su aire underground, punteos psicodélicos cortesía de Takemitsu, anticipaciones de Lynch o incluso de Haneke, “Murió después de la guerra” solo parece previsible vista en 2013, pero no debió de parecerlo en el ya lejano 1970. Un cineasta político, fracasado en sus empeños, recoge una cámara de manos de un hombre que se había suicidado arrojándose desde un edificio. Constatando que la película contiene solo imágenes de calles vacías en las que no sucede nada, se empeña en volverlas a rodar en los mismos escenarios, donde comienza a aflorar toda la violencia social y sexual que bulle bajo una superficie plácida… pero que el cine, a pesar de sus esfuerzos, no logra captar. Hay una cierta desesperación, un aroma crepuscular, de alucinante despedida.

"Shonen" (1969): La infancia traicionada


 
 
Oshima siempre tuvo un fondo frío e intelectual que le hizo despreciar ese melodramatismo que parece innato en Japón, donde se tiene tanto la fama de reprimir las emociones que parece lógico liberarlas en la ficción. Quizá por eso “El muchacho” no tiene la fama que a nuestro juicio debería: peripecia de un niño explotado por sus padres para empujarlo delante de los coches, fingir accidentes habiéndolo lesionado de antemano, y chantajear a los incautos conductores para alejar el asunto de la policía, la película es serena, depurada, con poco diálogo, y parece reeditar los trapicheos juveniles de “Historia cruel de juventud”, con el agravante de que la jovencísima generación se ve obligada a delinquir por los antiguos rebeldes ya creciditos, en lugar de decidir por ella misma. Posiblemente sobra la moraleja final, pero el itinerario fascina, el recuerdo perdura.

"Shinjuku dorobo nikki" (1969): Wilhelm Reich en Tokio


 
Peculiar aportación nipona al sesentayochismo, y uno de los contados ejemplos que podrían justificar llamar a OshimaGodard de Oriente”, “Diario de un ladrón de Shinjuku” cae bien por la misma razón que cae bien Makavejev: por su fe en la energía sexual, que hace de nuestra libido una bomba terrorista en potencia. El ladrón epónimo roba libros para excitarse, pero ni siquiera una monisima librera es capaz de llevarlo al orgasmo. Mientras, suena obsesivamente la canción “Un pueblo llamado Alí Babá”, de un gordito con melenas llamado Juro Kara, que mete a los chicos en su grupo de teatro que mezcla leyendas ancestrales con performance provocadora. Los actores habituales de Oshima hablan de sexo y, cuando por fin la pareja logra consumar su amor, su fuego contagia a las masas oprimidas de Shinjuku, que asaltan y queman una comisaría.

sábado, 28 de diciembre de 2013

"Kaette kita yopparai" (1968): Atrapados en la espiral del prejuicio


 
Una herida en la que Oshima hurgó con frecuencia, desde su corto “El diario de Yunbogi”, fue la conflictiva relación entre Corea y Japón. Aun hoy, un Chan-Wook Park afirma que “no hay que perdonar a los japoneses”, y los descendientes de quienes llegaron de la península vecina siguen teniendo mucho que contar. Pero Oshima no reivindicó la igualdad entre ambos pueblos con realismo social, sino con una enloquecida comedia del absurdo en la que los mismos personajes viven las mismas peripecias dos veces y, pese a ser conscientes de ello en la segunda vuelta, no pueden evitar que ciertas situaciones se reproduzcan. Se cuenta que la repetición deliberada de escenas lleva 45 años provocando quejas al proyeccionista por parte de los espectadores, entre los cuales, dado que me negaba a leer las sinopsis “spoileadoras” de Filmoteca, he de incluirme.

"Koshikei" (1968): La realidad pende de una soga


 
Cuando Oshima comenzó a hacer películas con un mensaje inequívoco, su cine fue perdiendo parte de misterio, aunque aún hubo una etapa intermedia en la que el mensaje “directo” era objeto de tratamientos de una originalidad flipante. Es lo que pasa con “El ahorcamiento”: combatiendo la pena de muerte, no se opta por la vía fácil de humanizar al reo, sino por concentrarse en el carácter ritual y teatral de la ejecución, al servicio de una ficción justiciera, para ir creando una serie de simulaciones que construyen capas cada vez más densas de irrealidad. ¿El sentenciado no muere? Hay que hacerle revivir el crimen para que sienta su culpa, con generosas dosis de racismo anti-coreano, en una representación burlesca. Al final, todos terminan viendo visiones, prisioneros de la falsedad, y el ajusticiamiento se reanuda, pero sin su elemento más importante.

"Muri shinju: Nihon no natsu" (1967): Armas en el corazón


 
Una chica de opulentas formas busca infructuosamente sexo con cualquier hombre. Conocerá a un inquietante extraño en cuya compañía rellena dos siluetas de amantes muertos que alguien trazó sobre una carretera. En medio de un desierto reseco, hay otra silueta humana, de apariencia ancestral. El grupo al que se han unido los protagonistas excava en la zona de su corazón y saca una caja llena de fusiles. En el tórrido verano, todos piensan en matar, por una razón u otra o por ninguna, y por una vez unos japoneses pueden identificarse con un gaijin, si se trata de un francotirador indiscriminado. Lo que algunos tienen por el momento más “críptico” de Oshima es francamente cañero para ser una peli de arte y ensayo, claustrofóbica y densa pero de una fuerza conceptual notable, “de culto” antes de que el término existiera.

viernes, 27 de diciembre de 2013

"Ninja bugei-cho" (1967): La revolución en un tebeo


 
Escribir sin Google y sin Wikipedia le quita a uno pátina de erudición, pero mejor: así solo me queda especular sobre por qué Oshima quiso trasladar a la gran pantalla un manga de ninjas sin color ni animación, aunque con un uso teatral de las voces y un sentido del montaje de cuadros fijos que no dista tampoco tanto del anime puro y duro. No da la impresión de que se dé una visión distanciada o irónica del medio: pese a que, en la no muy posterior “Shonen”, el manga sea un ingrediente esencial en el mundo escapista del chavalín zarandeado por las circunstancias, Oshima parece ver en esta historía de héroes y magos un arte primitivo donde perviven las ansias de rebeldía y justicia de las clases populares, y donde las revueltas, aunque acaben en lágrimas, dejan horizontes esperanzadores.

jueves, 26 de diciembre de 2013

"Nihon shunka-ko" (1967): Cántame canciones guarras


 
La película que para mí resume la aportación al cine de Nagisa Oshima. Comentario social ácido sobre Japón y su historia; reflexión política sin doctrina que partiendo de la futilidad de una revuelta ve en el sexo canalla y la violencia sin sentido la válvula de escape de los pisoteados; violentamiento de la dramaturgia “realista” en aras de expresar con más viveza un concepto; mezcla sesentera de estética pop y provocación temática (los cuatro estudiantes recuerdan a los Beatles; las violaciones oníricas se anticipan a “La naranja mecánica”). Ese leitmotiv obsesivo de la canción erótica busca recuperar un Japón profundo, popular, lejano del folklore aristocrático del jidai geki, pero queda por decidir si las fuerzas convocadas por ella son constructivas y destructivas, dentro de una filosofía de cine de autor denso, exigente con el espectador, que no da respuestas fáciles.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

"Hakuchu no torima" (1966): Las uñas del asesino


 
“Violencia a pleno sol” es una película bastante imprevisible: pasa de ser una película de psicópatas con la policía en los talones a una extraña parábola política sobre la relación entre sexo y poder en una cooperativa agrícola que algunos relacionan con la China de Mao, para finalizar como un extraño triángulo amoroso entre el asesino y sus dos mujeres con unas ramificaciones psicológicas completamente ajenas a los tópicos que el cine suele servirnos. Es un relato que desafía sinopsis y que ejemplifica de maravilla el cine de autor según Oshima: denso, rico en ideas y difícil de reducir a una explicación sencilla, aparte de abundar en elementos polémicos presentados no al estilo chillón y sensacionalista de un Miike, sino sometidos a una disciplina intelectual tal vez fría pero capaz de inspirar mil sugerencias. Kei Sato, el protagonista, muy inquietante.

martes, 24 de diciembre de 2013

"Etsuraku" (1965): Proposiciones indecentes


 
El daño que hace la fama: los comentaristas, defraudados ante una peli de Oshima llamada “Los placeres de la carne” deploran de manera unánime su ausencia de sexo explícito, pero no atinan en que, si bien no se pueden expresar de modo cabal la laxitud y el hastío de ver satisfechas absolutamente todas las apetencias gracias al dinero (aunque gran culpa tiene también el sosainas del actor protagonista), también es cierto que teniendo porno no se hubiese necesitado crear ese estilo elíptico y enigmático, ese juego con los encuadres que hace de esta película una de las más satisfactorias de su autor como estética y narrativa. El amor loco que pone en marcha el argumento (encapsulado en el inolvidable plano de la novia iluminada corriendo por una pantalla oscura) toma derroteros de cine negro y desemboca en un gran sarcasmo.

sábado, 21 de diciembre de 2013

"Amakusa Shiro Tokisada" (1962): Cristiano y rebelde


 
Me cansa a veces el jidai geki porque me parece la vía fácil del cine nipón para venderse en Occidente, ofreciendo un pintoresquismo superficial ligero en mensaje. Por eso me extrañaba la existencia de un drama de época de Oshima, rodado justo antes de su mejor época, sobre las revueltas cristianas del siglo XVII. El fracaso de las revoluciones es un tema muy suyo, pero su plasmación por alguien que decía detestar el cine clásico de su país revela una extraña desgana, unos interminables planos secuencia como los de “Noche y niebla…” pero sin movimientos de cámara, como si abriéramos una ventana al pasado y diera igual que el protagonista hablara tras una columna. Lo mejor tal vez sea el personaje del pintor obligado a pintar violencia y crueldad y luego obsesionado por ella, que parece sacado de Ryunosuke Akutagawa.

jueves, 19 de diciembre de 2013

"Shiiku" (1961): Qué hacer con un alienígena


 
Dicen que Nagisa Oshima no tiene continuadores en el cine japonés por insistir en tratar temas incómodos. En ese sentido, “Shiiku” es ejemplar, pues propone una visión de Japón durante la II Guerra Mundial en la cual el pueblo llano no solo no fue un cómplice inocente y manipulado de las jerarquías, sino que vio en el conflicto una oportunidad para hacer aflorar instintos rapaces y para dotar de coartada a crímenes que en la paz se habrían quedado en proyectos inconfesables. Hay una incomodidad en el propio corazón de la película: el aviador negro prisionero es tratado por el propio cineasta como objeto, como metáfora de la otredad, y se desplaza la atención a los habitantes de ese pueblo cuyo cacique luce unos significativos rapado proto-punki y bigotín hitleriano. Unas ochenta veces mejor que “Feliz Navidad, Mr. Lawrence”.

lunes, 16 de diciembre de 2013

"Nihon no yoru to kiri" (1960): Perdidos en las brumas


 
Oshima se adelantó a su tiempo: mientras en Europa Godard exaltaba las virtudes como cocinero de Mao, él ya denunciaba los modos totalitarios de la izquierda. “Noche y niebla en Japón”, título tomado de Alain Resnais, rompía con las convenciones del entretenimiento para ofrecer un espacio de discurso y reflexión y ayudó a inaugurar el cine “de autor” a la japonesa. El escenario es una boda simétrica y majestuosa, de estética rota por panorámicas temblequeantes que socavan, como los visitantes inoportunos al evento, los cimientos de una mentira. Hay un militante muerto o desaparecido; los flashbacks revelan mentiras y adulterios; el salón de bodas, gracias a juegos teatrales de luz, deviene manifestación callejera. Hay más ensayo que arte, pero esta peli ardua deja un poso interesante. La Shochiku la vio capaz de desencadenar el asesinato del líder comunista Inejiro Asanuma.

sábado, 14 de diciembre de 2013

"Taiyo no hakaba" (1960): El Imperio del Sol Poniente


 
Me fastidia cada vez que se escribe sin saber, por ejemplo, que Kitano inventó el género de yakuzas en Japón, o que la norma expresiva en el cine nipón es la contención y la sutileza. O que, si el próximo estreno japonés es “Una familia de Tokio” de Yamada, es porque los cineastas de allí miran más a Ozu que a rebeldes como Oshima. Por eso reconforta ver pelis con sus buenos cincuenta años que niegan todo esto. “El entierro del sol” es una metáfora apocalíptica del Japón de la postguerra, con personas que venden, no ya su cuerpo o su dignidad, sino su propia sangre. Hay peleas de bandas, violaciones, una granada oculta que puede hacer saltar todo, una mujer fuerte y buscavidas, y una burla del viejo folklore sentimental e idealista. Es un poco el anti-“Dodes’kaden”, pero anterior.

viernes, 6 de diciembre de 2013

"Seishun zankoku manogatari" (1960): Juventud a la intemperie


 
Oriente es fatalista, de ahí que las visiones políticas de Oshima siempre partan del fracaso. “Historia cruel de juventud” parece argumentar que, tras el fracaso de las revueltas estudiantiles de los 60, a los jóvenes solo les quedaban la amoralidad y el crimen. Una peli bastante más canalla que las equivalentes de otros países en la época (Oshima parecía muy orgulloso de la secuencia en que el chico tira al agua a la chica que no sabe nadar y solo accede a salvarla a cambio de sexo, pues la incluyó en su documental sobre el cine japonés), si bien no escapa del todo al moralismo con ese tremebundo final. No entiendo que algunos se anclen en los jidai geki de Kurosawa y rechacen historias del Japón contemporáneo: ¿jovencitas perversas calentando y coaccionando con sus novios a hombres ricos y maduros?