
Una dedicatoria puede ser un acto de seducción, de pleitesía, de simple agradecimiento. Pero también puede ser más que todo eso.
Lars von Trier se inventó una amiga muerta para dedicarle su primer corto y así hacerse perdonar sus inevitables imperfecciones.
Mark Danielewski abre su primera novela,
“House of leaves”, con un desafiante pronunciamiento:
“Esto no es para ti”.
La magnitud del guante arrojado por el autor es evidente incluso en la ojeada más superficial al libro: volumen de gran formato, 710 páginas de extensión, texto en diferentes tipografías, colores, tamaños y diseños, imágenes, diagramas, multitud de hojas casi en blanco, notas a pie de página que a veces invaden el texto cual hormigas, en horizontal, en vertical, en diagonal, en ventanas impresas al revés o en negativo, fotos, dibujos, o un peculiarísimo índice onomástico donde, además de los nombres propios, pueden localizarse las apariciones en el libro de nombres, verbos o adverbios de uso corriente como
"ver",
“otra vez”,
“oscuro”,
“hombre”,
“mujer” y la práctica totalidad del diccionario exceptuando artículos u otras partículas desprovistas de sentido completo.
Supongo que más de uno se cabreará ya en este primer vistazo, pero la prueba de fuego empieza con la lectura. Básicamente,
“House of leaves” es una historia de casas encantadas. El prestigioso fotoperiodista
Will Navidson, tras mudarse con su mujer
Karen y sus dos hijos a una nueva casa, descubre por azar una leve discrepancia entre las medidas del edificio tomadas desde dentro y desde fuera. Poco después, donde sólo había un armario empotrado aparece un pasillo con múltiples bifurcaciones a izquierda y derecha. Internándose en el pasillo se descubren espacios laberínticos que no tienen fin, que cambian constantemente sus contornos, donde se escucha cada cierto tiempo un rugido que hiela la sangre. Los intentos de explorar la inmensa cámara subterránea a la que se accede bajando una larguísima escalera de caracol se saldarán con la locura y la muerte de varios exploradores, mientras los sucesos inexplicables ponen a prueba la frágil relación entre
Will y
Karen cuando el primero se obsesiona con reflejar la odisea en un documental como terapia por la culpa eterna de su mayor éxito como fotoperiodista: la imagen de una niña del
Sudán a punto de ser atacada por un buitre.
Todo esto daría para una novela de terror convencional e incluso tópica, pero no van por ahí los tiros. La aventura de
Navidson nos llega a través de la descripción de una película de gran éxito en salas,
"The Navidson Record", documental de horror
“vérité” en la estela de
“The Blair Witch Project”, comentada por un anciano ciego,
Zampanò (como el forzudo maltratador interpretado por
Anthony Quinn en
“La strada”) en un manuscrito extenso y erudito lleno de notas a pie de página. Pero la película en realidad no existe: nos lo dice el hombre que encontró el manuscrito de
Zampanò,
Johnny Truant, cuya labor de editor y comentarista se ve pronto invadida y sustituida por un relato en primera persona de su vida, sus vicisitudes con el alcohol, la droga y las mujeres, su creciente obsesión con el libro y sus esporádicos y terroríficos momentos de desconexión con la realidad que desembocaron en un despertar cubierto de sangre, convencido de haber asesinado a una o tal vez a dos personas.
El hecho de que todos estos hilos se entrecruzan y entremezclan da como resultado varios libros en uno y la práctica imposibilidad de leerlos todos a la vez. Se hace necesario, o bien prescindir de las notas, o leer sólo la historia de
Navidson y su casa, o sólo la historia de
Johnny, aunque desde luego unas se reflejan en las otras, y la consideración global de todos los materiales puede arrojar luz sobre algunos de los misterios insolubles del argumento, teniendo además en cuenta que
Johnny, como los narradores de
Gene Wolfe, a buen seguro miente en mucho de lo que dice.
El libro, lo dice el título, es una
“Casa de hojas”, y, al igual que la de
Navidson, está hecha para perderse en ella y no salir. Pero los artificios postmodernos de un seguidor de
Jacques Derrida no deberían hacernos olvidar las virtudes de la novela como experimento narrativo. Mucho de lo que irritará a algunos lectores tiene su razón de ser: las disquisiciones académicas sobre la naturaleza del eco o las señales de
SOS podrán parecer una exhibición gratuita de conocimientos, pero en realidad hacen meridianamente claros los acontecimientos que transpiran a continuación; los momentos en que el texto escala, palabra a palabra, por las verticales, las diagonales, al derecho o al revés, enormes páginas en blanco, reflejan de manera física el vértigo de recorrer un enloquecedor laberinto completamente a oscuras; los “accidentes” que borran o hacen indescifrables partes del manuscrito de
Zampanò, aparte de escamotear perversamente momentos claves de la trama, muestran por ejemplo retazos de un análisis científico de los acontecimientos, no sé si como desafío burlón a los lectores de ciencias o por no dejar ninguna perspectiva de análisis sin explorar después de la literaria, la psicológica, la cinematográfica, la histórica, la arquitectónica y otras; los momentos en que se transcriben diálogos de la película proveen una perspectiva cercana y por momentos conmovedora sobre algunos de los personajes, en llamativo contraste con el enfoque seudo-académico y más que un poco autoparódico de la narración principal, muy en el espíritu de la broma que
Alan Sokal gastó a la comunidad filosófica hace ya unos cuantos años.
Muy diferente es el segundo libro, la historia de
Johnny Truant, personaje que ya desde su apellido nos da la impresión de alguien que hace “pellas” y no juega limpio. Las confesiones de
Johnny, su amistad con su amigo
Lude, que lo introduce en el tráfico de drogas de diseño, su amor por una bailarina de
“strip-tease” a quien denomina
Tambor, como el conejito de
“Bambi” que lleva tatuado en el muslo, sus vicisitudes eróticas con múltiples mujeres, que contienen momentos realmente brillantes, sus paranoias y sus arrebatos de lirismo, sus juegos con el lector, son la otra cara, más terrenal y sórdida, del academicismo torremarfileño de
Zampanò, son erupciones impertinentes de sentimiento cuya virtud es precisamente su falta de relación con cuanto las rodea.
Mención aparte merece, entre medias de los “apéndices” de la novela, que incluyen fotos,
“collages”, poemas ficticios de
Zampanò y
Johnny y colecciones de citas más o menos relevantes al tema del libro que van desde
Plinio el Joven hasta
Einstein pasando por
Sylvia Plath, la colección de cartas que la madre de
Johnny, internada en un psiquiátrico tras intentar estrangularlo de pequeño en un arrebato de locura, le va enviando a lo largo de siete años. Toda una novela en sí mismas, las cartas alcanzan una luminosidad de estilo, una intensidad emocional que sobrecogen, un carácter inquietante cuando el veneno de la esquizofrenia se va filtrando en los mensajes, cuando las líneas se embrollan, se esparcen por la página y se fragmentan, cuando la paranoia se va apoderando de la mujer y comunica un suceso atroz sólo con las primeras letras de una misiva por lo demás indescifrable. El acto del desciframiento supone toda una experiencia difícil de olvidar por el contraste entre el laborioso proceso y la dureza y desvalimiento emocional de lo descifrado. Si alguien duda que las técnicas literarias postmodernistas pueden emocionar tanto como un culebrón decimonónico, yo le recomendaría que echara un vistazo a esta sección de
“House of leaves”, que ha merecido incluso los honores de una publicación por separado.
En resumidas cuentas, no es que
“House of leaves” redefina la novela de terror, es que redefine el concepto de libro. Resulta muy difícil, si no imposible, leerla de una manera convencional, toda seguida, y obliga constantemente a tomar decisiones. Algunos no podrán terminarla; otros la tirarán a la basura; otros se obstinarán en encontrar sentido a partes que quizá no sean sino bromas (como cuando quise cerciorarme en
Google sobre una película mencionada en las notas,
“La belle niçoise et le beau chien”, que iba a ganar la
Palma de Oro en
Cannes 95 hasta que se descubrió que se trataba de una
“snuff movie” rodada exquisitamente, en plan arte y ensayo, y en el escándalo subsiguiente el galardón recayó en
“Underground” de
Kusturica; y este es sólo un ejemplo entre muchos). Muchos no la podrán terminar, y quizá con razón, pero creo que con un poco de paciencia y criterio casi todos deberían sacar algo, por poco que sea, de un libro tan pretencioso como deslumbrante, tan frustrante como repleto de talento literario e ideas refrescantes para la literatura en general (y por supuesto para la de género, vista por muchos, sin motivo, como el último bastión de las técnicas literarias tradicionales). La dedicatoria,
“Esto no es para ti”, es bastante sincera y avisa de lo que aguarda al lector no dispuesto a entrar en el juego, pero los que entren con ganas de probar algo diferente y con un espíritu abierto se alegrarán de poder perderse en esta casa de hojas, y podrán encontrar nuevas maneras de abordar su recorrido durante un tiempo ilimitado. Claro que a ver quién traduce esto en España. Sólo se han atrevido los franceses, cuyas ínfulas intelectualoides, por fortuna, no le tienen miedo a nada.