domingo, 28 de febrero de 2010

"Accelerando" de Charles Stross


En su cuento “Egnaro”, M. John Harrison dice de uno de sus protagonistas, dueño de una librería de segunda mano:

“No hacía ninguna distinción entre pornografía y ciencia ficción, a menudo preguntándose en voz alta por qué confiscaban una y no la otra.

-A mí todo me parece lo mismo – mantenía -. Consuelo y sueños. Todo eso te pudre el cerebro.”


Aparte de dar un nuevo sentido al concepto de CF hard, tan malintencionada comparación también aclara el componente de sublimación que late bajo la tecnofilia de muchos exponentes del subgénero. Así como las fantasías sexuales configuran una compleja realidad virtual que puede anestesiar el dolor de los fracasos en el mundo de la carne, los ensueños que posibilita la tecnología redimen al geek de ciencias de sus sinsabores cotidianos en un mundo cuyas peculiaridades humanísticas le resultan imposibles de comprender.

La posibilidad de volver las tornas, la herramienta de venganza definitiva, la proveerá a partir de ahora Internet. Stross, aunque imagine a la mafia rusa como el futuro brazo defensor de la propiedad intelectual, va más allá de ver la descarga ilegal de un archivo como un golpe contra el malvado imperio de las multinacionales: lo considera un paso hacia el siguiente estado evolutivo de la especie, en el que, con una clarividencia lisérgica, prevé una web cósmica donde toda la materia planetaria será capaz de computar información y en la que individualidades codificadas electrónicamente surcarán los años luz utilizando routers orbitando en torno a enanas marrones como portales entre puntos demasiado lejanos para las radiaciones electromagnéticas.

Claro está, la poética de la visión está en el nuevo lenguaje, que no está al alcance de todo el mundo. Cuando se aspira a despertar la maravilla del lector produciendo el “shock del futuro”, hay que arriesgarse a que párrafos enteros de tu obra se acerquen a lo ininteligible, pero ya se sabe: en un mundo individualista y liberal, de ahora y de varios siglos después, uno debe valerse por sí mismo sin ayudas externas, y esto debe reflejarse ya a nivel léxico y sintáctico. Quien no sea capaz de seguir el hilo de las disquisiciones, ya puede prepararse para integrarse en las comunidades de fanáticos resistentes al cambio a las que el narrador de la historia futura de Stross se refiere con un cierto desdén.

Llama la atención, no obstante, que, pese al mimo en describir mil y un innovaciones técnicas inimaginables una detrás de otra, gran parte de la leve trama recicle el viejo complejo de Frankenstein y decida que las futuras inteligencias desencarnadas, dueñas y señoras de un Sistema Solar convertido en un megaordenador, irán desterrando a los humanos hechos de carne como piezas de un hardware obsoleto. Uno, que tenía a Stross por un optimista tecnológico, piensa que tal vez hacía falta un motor narrativo para presentar tanta especulación junta, aunque sólo sea para matizar el antropocentrismo de John Campbell , dejando claro que la humanidad, si no vence, al menos permanecerá.

Claro que tanto vértigo puede terminar desconcertando. El vigor especulativo es considerable, pero quienes no sean sensibles a la poética de un manual técnico no sabrán lo que sentir. Si recién ahora están llegando al gran público obras que explotan a fondo el potencial humano de temas tan arcaicos en el subgénero como la supervivencia después del holocausto terrestre, quizá nos hagan falta un par de siglos para emocionarnos con la condición de una humanidad post-humana, compuesta de simulaciones electrónicas en un entorno virtual, surcando el éter a bordo de una astronave del tamaño de una lata de Coca-Cola.

Si uno defiende las prótesis virtuales de memoria y cálculo como una extensión lógica del limitado cerebro humano, pero no sabe ver en el robo de estas prótesis, en la mutilación y el desamparo que sentiría ante su falta una mente acostumbrada a ellas, más que un elemento de thriller, si uno cree que las conciencias separadas del cuerpo seguirán necesitando un simulacro de las sensaciones físicas, pero luego cree con idealista ingenuidad que las personas serán un día capaces de encender o apagar a voluntad, según les convenga, su impulso sexual, si uno postula modos de reproducción y transmisión de la conciencia completamente ajenos a las transacciones húmedas de la carne y aun así persiste en llevar a las profundidades del espacio el mismo culebrón familiar de toda la vida, todo ello prueba que el mito del progreso científico va a una velocidad imaginativa mucho mayor que las metamorfosis de la psicología o la sociedad, y que Stross no está preparado para transmitir las implicaciones de lo que su mente especulativa creó con tanto ruido terminológico y tantas imágenes de videojuego.

Porque con algunas ficciones fantacientíficas pasa un poco, otra vez, lo mismo que con la pornografía: por más placer vicario que nos proporcione el buen funcionamiento de las máquinas y los cuerpos, es justo después del último espasmo cuando comienza la verdadera historia, la de la vida real, la que se queda fuera de lo que nos han mostrado. Pero esa, claro, es mucho más difícil de contar.

1 comentario:

Kaplan dijo...

En Egnaro está la semilla del Harrison que me fascina.