jueves, 5 de marzo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo IX)


Carla von Waldberg, huida de la mansión familiar tras la agresión de Franz, se refugia en casa de su amiga Noëlle, una muchacha estremadamente promiscua en lo amoroso. Intentando concentrarse por encima de los espasmódicos y ardientes sonidos provenientes del cuarto de al lado, Carla evoca en un penoso poema al “bello fantasma” que la persigue, es decir a Boris, pero, como sucede con todas sus obras, termina desechándolo y arrojándolo a través de la ventana, desde donde cae a un carruaje público tomado poco después por Franz, que lo descubre y, con la ayuda del conductor, ata cabos.

En nuestros días, Ada Valli, ocupada por de Soto en estimular a un trío de ancianísimos visitantes, cabecillas de un círculo místico sudamericano, experimenta vívidos recuerdos de sangre y muerte que la impulsan a redoblar el entusiasmo de su tarea con el fin de desterrar tales imágenes. En esto llega Orlando, rompiendo la armonía de la ceremonia y queriendo llevarse con él a Ada, dados sus sentimientos hacia ella, que son, tras haber sido desheredado y desterrado, lo único que le queda en el mundo, si exceptuamos, claro está, su Harley. Ada se ríe de él y de Soto, irrumpiendo de la habitación de al lado, denuncia el amor como sentimiento prohibido en su congregación, expulsando a Orlando y ordenando a sus acólitos que lo maltraten físicamente y lo despojen de su magnífica melena.

Tanner, visitando una vez más el lugar del crimen, asiste a una representación de “La Casa Usher”, éxito total gracias al suceso, y apenas repara en cómo un arlequín entra en escena y asesina suavemente a dos bailarinas, creyéndolo parte de la representación. Pero el pánico levanta pronto su disfraz de fantasía poética.

Irina aprende de nuevo a andar bajo la supervisión del Doctor Misterio, que suele dejarla pronto para mantener en otro lugar próximo conversaciones interminables que sólo llegan de modo indistinto al lugar donde ella se encuentra.

En la mansión Valli, Vera reanuda sus intentos de seducir a Boris para sonsacarlo, aprovechando su debilidad. Embelesado por la espantosa herida de ella, Boris se deja hacer, refrenándose pronto dadas las supuraciones y reventones de su absceso, de cuya piel surge una minúscula mano de uñas negras. Vera se asombra y grita.

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