domingo, 28 de marzo de 2010
VII Muestra Sy Fy de Cine Fantástico, tercer día
Ya lo sabía yo. Risas, cachondeo, gente gritando “Me aburro”. Incluso riéndose por el mero hecho de que aparezciera la más mínima insinuación de sexo (debe ser que ahora la reacción ante lo desconocido es la risa), o simplemente porque el encuadre fuera un poco extraño. Pero al menos los programadores de la Muestra, en su intención de contentar todos los gustos, se arriesgan con el fantástico más de arte y ensayo, con esas películas para las que sólo hay dos opiniones posibles: el rechazo más visceral o la fascinación más hipnótica. Pero aun así, ante muchas de las reacciones presenciadas, me surge la duda: en toda la platea del Palafox, ¿tan pocos fans había de Bava y Argento?
“Amer” (Amargo) de Hélène Cattet y Bruno Forzani, podía haberse quedado en un simple pastiche del terror italiano y el giallo, con su iconografía de caserones abandonados, luces de colores primarios, asesinos enmascarados con guantes negros, navajas barberas, erotismo, muertos que caminan y músicas cantosas de Morricone o Stelvio Cipriani. Pero quizá lo que cabree a mucho público sea que todo ese enciclopedismo no está orientado, como el 90% de los pastiches, a echarse unas risitas, sino que hay unas claras intenciones de hacer algo más serio, de aprovechar todo ese material sesentero y setentero para integrarlo en un retrato experimental, sensorial y extraño de cómo una mujer pasa de los terrores de la infancia a los de la adolescencia y la edad adulta, con las pulsiones sexuales como un elemento de inquietud y terror y la figura del asesino como un violador sublimado. Si un proyecto de entrada tan pretencioso se combina tan bien con el homenaje al cine de género es porque en el fondo el estilo del giallo era una versión explotativa de la retórica visual de gente como Antonioni; lo que han hecho Cattet y Forzani ha sido volver a los orígenes, destilar todo lo artístico que pueda haber en un Dario Argento y servirlo concentrado en una peli exigente, de una planificación, montaje y diseño sonoro prodigiosos, que pide mucho al espectador pero lo gratificará, si entra en el juego, con un apasionante y arriesgado estudio de la sexualidad femenina, planos de los que hacen época, atmósferas de terror verdaderas y un clímax gore rodado íntegramente en planos detalle de los que hacen retorcerse en la butaca. Pero, claro, si a estos tipos de cine les filtras sus componentes de basura, lo que queda es arte, y, a tenor de lo visto, uno debe de ser de los pocos que sigue estos géneros por lo que tengan de arte. Pero en fin. Obra maestra. Le pese a quien le pese.
Siguiendo con el batiburrillo de subgéneros, le llegó el momento al anime con “Summer wars” de Mamoru Hosoda, que, si llama la atención por algo, es sobre todo por conjugar psicodelia visual, retórica de videojuego, frikismo geek y una visión de la familia japonesa más complaciente, pero también más entretenida y quizá más iluminadora culturalmente, que la de, por ejemplo, “Still walking” de Kore-eda. Los que conozcan a Hosoda por “La chica que saltaba a través del tiempo” se encontrarán un producto cien veces más denso, tan susceptible de provocar epilepsia en niños (o adultos) impresionables como los efectos estroboscópicos de “Pokémon”, un tanto difícil de seguir para los poco versados en redes sociales o juegos en red y bastante localista (por ejemplo, en ese clímax que enfrenta a la protagonista y a la maligna inteligencia artificial en una partida de naipes tradicionales japoneses: ¡y yo que suelo quejarme de no entender las partidas de póker en el cine americano!), pero igual de ingenuo y entrañable en su vertiente amorosa y melodramática, y con un vigor narrativo fuera de toda duda. Esto, como “Amer”, tampoco es para todo el mundo (un colega mío se salió a los 40 minutos), pero, aparentemente, en Francia lo estrenó en cines la Warner. Aquí sería imposible: ¿una película de animación que no pueden entender ni los niños ni los adultos? Dad gracias si sale en DVD.
También dudo que llegue a cines “Vengeance”. A pesar del díptico “Election”, Johnnie To sigue sin haber sido “descubierto” en salas. Su cine de acción supera de largo muchos hitos del John Woo hongkonés, pero da igual: una película de chinos pegando tiros jamás se va a poner en multisalas, porque el público de palomitas, para eso, es muy racista, pero el público “no racista” de las salas en V.O. sí suele serlo para las películas de género. Haría falta un “tercer circuito” para un público como el que llena estas muestras, pero por lo pronto no parece haberlo y hay que sustituirlo con DVDs importados y descargas de la mula. Dinero que se pierden algunos tontos.
Aunque bueno, lo mismo la presencia de Johnny Hallyday, si atrajo a mi amiga Carola, que sigue siendo físicamente tan fría (no sé, lo mismo sus complejos sexuales dejan en zapatillas a “Amer”), convencería a algunos distribuidores anclados en la cultura popular francesa de los 60 para traer esta impagable historia de un amnésico que quiere vengarse de los que mataron a su familia a pesar de que es incapaz de retener un rostro (aunque yo creo que eso le pasaría a la mayoría de occidentales en Hong Kong sin necesidad de ninguna bala alojada en el cerebro). Qué poco conozco a To pero qué estilo a la hora de rodar, qué planteamiento renovador en las situaciones, qué detalles de humor absurdo. Habría sido curioso ver a Alain Delon en el papel (por eso el protagonista se llama Costello, como en “El silencio de un hombre”), pero ese semblante granítico de Hallyday es oro puro. Grande.
La siguiente polémica llegó con “Splice”, historia de CF que plantea una metáfora sobre el deseo de paternidad con momentos interesantes pero que se desvía por caminos poco apropiados, quizá por afán de sensacionalismo, quizá por querer hacer una película muy de género sin darse cuenta de que observar convenciones supone repetir un discurso acompañante a veces un poco caducado. La idea de educar a un híbrido genético como al propio hijo, de repetir con él los mismos errores que cometieron nuestros propios padres, tiene aspectos atractivos (en especial la actuación de Delphine Chanéac y algunos efectos) y algunos desarrollos desmadrados (esas escenas eróticas) propios del mismísimo Ken Russell, que para mí, pero para muchos otros no, compensan sus tópicos de serie B y su desarrollo menos novedoso de lo que pretende ser. Se le tienen muchas ganas a Natali, y no sé por qué: un tío que en unos 15 años ha hecho cuatro películas, alguna de ellas no estrenada aquí, y que se va fraguando una carrera con ciertas pretensiones en un género que parece estar en poder de los fabricantes de videojuegos no merece esa legión de detractores. Pero si ya han caído en desgracia gente tan consolidada como del Toro o Peter Jackson y se va derrumbando la reputación de alguien antaño tan indiscutible como Tim Burton, ¿por qué no Natali, que aún no es nadie? Tampoco creo que sea un gran autor del fantástico, pero, hoy por hoy, es de los que más se parecen a ello, y hay que defenderlo.
No me extrañaría que muchos prefirieran, antes que “Splice”, la clausura de la noche, “The children” de Tom Shankland. Mucho me extraña que esta película se haya hecho en una Inglaterra traumatizada aún, 40 años después, por los Crímenes de los Páramos de Myra Hindley e Ian Brady, pero ya veis, aquí tenemos una más de infectados en la que tiernos y adorables infantes mutan en crueles asesinos. No hay mucha puesta en escena: la atmósfera se crea a base de música de fondo y planos de bosques invernales, los clímax se estructuran en forma de montajes trucados de acciones paralelas, que, a pesar de evadir algunas de las responsabilidades de un realizador que quiera realmente inquietar, no dejan de ser lo mejor y lo más vigoroso de la película, junto a esos momentos brutos (tanto más cuanto que los sufren personajes infantiles) que tanto hacen aplaudir a nuestro estimado público. Pero, a la hora de considerar la moraleja subyacente, hasta en eso es mejor “Splice”: Natali nos dice que es irresponsable querer tener hijos y que es inevitable equivocarse a la hora de educarlos, pero que, pese a todo, se va a seguir experimentando, sea cual sea el resultado; Shankland parece optar por el aborto universal como solución al problema infantil, un nihilismo que se le aceptaría si su película poseyera mayor enjundia, pero que se queda en ganas de epatar. Incluso a la hora de ser sensacionalista, sigue habiendo clases.
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