Cuando uno lleva media vida aceptando de buen grado los
prejuicios de los demás contra los tebeos, la música clásica, la animación
japonesa o Francia en general, puede llegar el momento de una pequeña revancha,
mostrando mis pequeñas manías personales, pero, a diferencia de otros, sin
confundirlas nunca con opiniones fundadas.
Por ejemplo, siempre me ha dado algo de grima el cante jondo
(con la excepción de Lole Montoya, que le gusta incluso a Tarantino). Como de
lo que se trata aquí es de intentar desmontar mis propios engranajes, puedo
avanzar varias teorías: quizá me fastidien en el fondo las expresiones viscerales
ásperas y rocosas; tal vez mi esnobismo europeísta y blanco recule ante el
sustrato magrebí de nuestra península; puede ser que lo vea como el emblema
estereotipado de una España profunda anclada en el pasado.
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