Cuando se elige la carrera de llevacontrarias profesional,
suelen surgir momentos de crisis que ponen a prueba tu vocación. Por ejemplo,
la comedia de terror neozelandesa “What we do in the shadows”: resulta tan
sorprendente, tan imaginativa, tan ingeniosa, tan llena de momentos divertidos,
tan cariñosa en su amable parodia con mucho de homenaje, que dan ganas de
ponerla a parir. ¿Cómo se atreven estos tíos?
Pero lo cierto es que hay mucho que disfrutar. Incluso el
gimmick del “falso documental” funciona bastante bien, por cuanto estamos
siempre adoptando una perspectiva externa, de cámaras profesionales que nunca
llaman la atención sobre su trabajo con tembleques inoportunos, se ve
claramente que es un trabajo montado a posteriori, y el formato de “observación
antropológica” da la coartada perfecta para que los personajes hablen de sí
mismos (cosa que no sucede con otros personajes de “mockumentaries” que, en
cintas hechas para consumo privado, dejan clarísimo hacia cámara todo el rato
lo que están haciendo y por qué).
La convivencia en el mismo piso de un grupo de vampiros
iniciados en distintas épocas de la historia saca oro del contraste entre
distintas maneras de enfocar el mito, desde “Nosferatu” hasta “Crepúsculo”, y
no solo saca inspiración humorística de las reglas canónicas y su choque con
las exigencias del mundo real (¿Cómo se viste un vampiro si no puede reflejarse
en un espejo? ¿Cómo es posible que entre en un local nocturno si se mantiene la
necesidad de ser invitado para pasar, al estilo Drácula?) sino que, invirtiendo
la jugada, satiriza la sociedad confrontándola con el espejo del fantástico
(¿Cómo va a fascinar un vampiro a su víctima con la mirada si apenas se apartan
los ojos de los móviles o las tablets? ¿No es cierto que una pareja contemporánea,
pese a lo que ha llovido, funcionaría mucho mejor si uno de ellos fuera el amo
vampiro y el otro el servidor come-cucarachas al estilo Renfield?)
Algunos creen ver en estos neozelandeses, ya vistos en la
serie “Flight of the Conchords” a unos nuevos Monty Python, pero ya veremos en
qué queda la cosa. Dolera, entusiasta y vacilona pero con bastante cabeza, puso
el dedo en la llaga antes de la proyección con una pregunta maliciosa: ¿por qué
estas películas favoritas del público, que ganan premios en los festivales
(entre ellos el de Hawai, que cautivó la imaginación colectiva del evento) y
absolutamente todos los forofos del género han visto, luego no se
estrenan, ni se editan, ni tienen
repercusión? Ya dijimos en su momento por qué: estamos en pleno cumplimiento de
la profecía warholiana de los quince minutos de fama. Cuando vea otra peli de
este talentoso equipo, dejaré de contener la respiración.
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