martes, 7 de abril de 2015

XII Muestra SyFy, capítulo XIII: Jamie, marginado hasta el final y más allá


Tras las risas apocalípticas de la primera sesión del domingo, llegó la siesta diferida en la segunda. Pero no miento: al igual que en la peli estrella del viernes, dan ganas de llevar la contraria pero en sentido opuesto. “Jamie Marks is dead” fue probablemente la peli más odiada y ridiculizada por el público en esta edición, y uno siente que se apuntaría un punto nadando contracorriente y defendiendo a esta especie de underdog fílmico que da la impresión de ser sincero en lo que quiere hacer y decir.


En neto territorio Sundance, la historia se ambienta en un desolado pueblo, en pleno invierno, con protagonistas inadaptados que tratan de sobreponerse a su soledad. La muerte de un muchacho llamado Jamie Marks hace consciente al protagonista de la atracción homosexual que había sentido hacia él, y pronto, tal vez de manera metafórica, tendrá que ayudar a su espíritu a pasar al otro lado en compañía de una chica “rara” (su gran afición es el coleccionismo de rocas) que posee la capacidad de ver a los muertos.


Intenté que me gustara. El ambiente está muy bien conseguido (premio a la mejor fotografía en Sitges) y el tono elegíaco está a años luz de la típica historia de fantasmas que solo busca el sustito apoyado por subidones de la banda sonora. La idea de la adolescencia como un período de sexualidad indefinida, en el que puedes enamorarte y relacionarte con ambos sexos, de la vida privada como refugio ante un ambiente inhóspito, de la diferencia como elemento indispensable para salir adelante, del lenguaje y la conversación como condiciones irrenunciables de la vida, que encierran cargas de emotividad que pasamos por alto cuando estamos vivos pero tal vez añoremos de muertos, todo ello resulta loable, pero no llegó a convencer.


¿Por qué? Tal vez porque se apuesta por una poética que puede funcionar en un libro pero no en una película. La famosa petición de Jamie al protagonista, “Dame una palabra” (que, cuando suscitó la respuesta “mariposa”, provocó unas carcajadas malignas que entristecían un poco), parece diseñada para gratificar a una audiencia literaria y enamorada del lenguaje, pero no necesariamente a un público de cine. También existe el problema de que los cineastas parecen creer en los sentimientos con una ingenuidad que una población friki, curtida en mil batallas de menosprecio ajeno y sarcasmo propio (y viceversa), no va a compartir nunca. El fin del mundo puede recibirse con aplausos, pero nunca un doloroso romance gay de ultratumba, en especial cuando el pobre Jamie se aparece en calzoncillos con una apariencia similar a la de un Harry Potter pasado por el gimnasio.

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