Los árboles no dejan ver el bosque. Cuando, apenas cinco
años atrás, se estrenó el “Sherlock Holmes” de Guy Ritchie y Downey Jr., casi todo
el mundo se cegó con los nombres del director de pelis macarras ex marido de
Madonna y del actor graciosete de “Iron Man”, jurando ante las hadas de Conan
Doyle que tanta escena de acción y tanto humor mataban la esencia del
personaje. Ya entonces me pareció que se exageraba. Al fin y al cabo, en los
créditos se decía que Holmes y Watson eran una creación literaria de su autor y
que aparecían en sus cuentos y novelas, pero no que la película se basara en
estos últimos.
Es cierto que, para los cuatro raros a quienes nos gusta lo
decimonónico y su morosidad, y que sabemos ver tras la parafernalia victoriana
esa cara oculta que retrató obsesivamente "Walter" en “My secret life”, resulta
rara una ficción tan desinhibida ambientada en tiempos tan reprimidos, pero por
otro lado hay en la peli de Ritchie una vitalidad de folletín europeo, de “penny
dreadful”, antes de que la serie de ahora popularizara el término en todo el
mundo, y de “weird tale” ambientada en un sórdido y fascinante Londres brumoso
de luz de gas con ayuda de los coloristas digitales, que desborda el marco
cartesiano de los cuentos del doctor Doyle.
La saludable cara dura con que se reutilizan rasgos poco
utilizados del canon como que Holmes era experto pugilista o que Watson
combatió en las guerras coloniales se arriesga por momentos a convertir al
detective de Baker Street y a su colaborador en “tuercebrazos” en la mejor tradición de
Steven Seagal, pero tampoco se nos debe escapar que aquí la adrenalina parece
sustituir como droga a la morfina con que el Holmes canónico combatía su tedio
intelectual y vital, a la par que se nos ofrece el raciocinio del sabueso como
una ruptura del continuo espacio-temporal, capaz de abrir ventanas al futuro o
al pasado, que recuerda en ocasiones a la extraña “Revolver”, quizá la película
más infravalorada de Ritchie, donde se vislumbraba el trasfondo filosófico de
un director cuyo palomiterismo hace olvidar que integra, junto a Danny Boyle,
Neil Marshall y algún otro, el frente más vital del cine británico frente a los
cansinos Ken Loach o Mike Leigh de toda la vida.
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