Confieso que me provocan cierta melancolía los numeritos de
Dolera en torno a “la Muestra del Amor”: al fin y al cabo, una de las cargas
existenciales por excelencia del friki medio del fantástico es constatar en
carne propia que el amor es tan ficticio, o tan real, como los zombis, los
alienígenas, Conan o el Capitán América. Sintiéndolo mucho, en el retrato robot
de muchos de los asistentes se encuentran rasgos parecidos: sexo masculino, un
grado mayor o menor de exclusión de los círculos sociales “que importan” y el
convencimiento ingenuo de que las mujeres son una especie de monstruos
maravillosos de otra dimensión, a pesar de sufrir una serie de terroríficas
metamorfosis, una vez al mes, que pueden convertir la vida de su acompañante en
un pequeño infierno.
De ahí a la premisa de “Spring”, de Justin Benson y Aaron
Moorhead, hay solo un paso. La idea de que el desconocimiento de las relaciones
verdaderamente enriquecedoras se debe a la conspiración de las circunstancias
(cuidar de un progenitor enfermo básicamente te tacha de casi todas las listas)
y a un medio ambiente poco propicio al florecimiento de la poesía (unos
Estados Unidos vistos como una nación rústica de peleas en bares y mozas
promiscuas de escasa sensibilidad) suena bastante consoladora para aquellos
espectadores que se sienten atrapados en sus vidas y miran al extranjero con
ojos románticos. Un lugar como Italia, con su aureola sensual y misteriosa y
sus veintitantos siglos de apasionante historia (en lugar de solo dos y pico)
parece el caldo de cultivo propicio para todo tipo de cambios.
A partir de aquí, lo que se intenta es ambicioso: nada menos
que la síntesis entre una comedia romántica indie (la relación entre los
personajes de Lou Taylor Pucci y Nadia Hilker se parece bastante a las
descripciones de la trilogía “Antes de…” de Linklater, que todavía tengo
pendiente de ver) y un concepto numinoso y terrorífico de la mujer como ser de
sabiduría inmemorial y realidad biológica aterradora, que se literaliza
convirtíendola en monstruo a la manera de “Cat people”, con el cual todo macho
bien dispuesto ha de contemporizar haciendo gala de una mentalidad comprensiva
y una razonable aceptación de los riesgos.
Yo le doy puntos a la película meramente por intentar algo
que quizá no se pueda hacer. El extrañamiento que producen los cambios de
Louise, su peculiar influencia sobre la naturaleza que la rodea (como si se
tratase de una especie de diosa de la fertilidad), los rituales mágicos que
pone en práctica, sacrificios de sangre incluidos, casan mal con la locuacidad
incontrolable de un cierto cine indie, desembocando en larguísimas y
confusísimas explicaciones que matan toda la seducción fantástica que se
hubiese podido crear hasta entonces. En ese sentido, la película es la antítesis
de “Under the skin”, vista la noche siguiente, que decide sabiamente no
explicar nada y dejar que el espectador comprenda. Por citar solo un ejemplo,
desde el momento en que vemos que el retrato de la mujer romana, y otros de
épocas posteriores, tienen ojos de color diferente, ya comprendemos que Louise
es una inmortal, sin necesidad de diálogos de cinco minutos para explicarlo.
Dejar entre las nieblas del misterio la naturaleza de la chica, favorecimiento
diferentes teorías en cada espectador, habría sido más apropiado. También
sospechamos que habría hecho falta un mayor talento guionizador para hacer
creíble semejante personaje femenino, pero, como fantasía consoladora para quienes
esperan aún misterio de la vida, la verdad es que es casi adecuado que no esté
del todo bien concebida.
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