Ignoro por qué lanzar a un indefenso mundo, en todo momento,
aquello que nos está cruzando por la cabeza debería ser una virtud universal
digna de encomio. Quizá porque el día a día de un esclavo civilizado está
construido a base de medias verdades o mentiras enteras, porque nuestro paisaje
es un entramado de espejismos proyectados con espejos que nos tiemblan en la
mano, parezca que el humano libre es aquel que se complace en llamar al cojo
cojo, a la puta puta, y al presidente bastardo. Los que se ufanan de ser
sinceros arrollan con su sinceridad cual coche tuneado, tratando de hacer
añicos el holograma tranquilizador con que los otros se recubren para maquillar
ese núcleo de fealdad que todos tenemos y que los solitarios urbanos se
mostraban ingenuamente unos a otros en las películas de los 70.
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