martes, 18 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: La maternidad


Cuando una amiga, conocida, o recién presentada, luce embarazo, nos sentimos melancólicos y excluidos: durante doce o trece años, tenemos la seguridad de que la susodicha no dispondrá de espacio para nosotros ni en cuerpo ni en mente. Como machos alfa frustrados, sentimos que aquel niño debería haber sido nuestro, sentimos el amargo reproche de nuestro ADN echándonos en cara que hayamos dejado perpetuarse los genes de un extraño en lugar de los propios. En su momento, incluso pudimos sentir repulsión física ante la monstruosidad primordial de la barriga que alberga una pequeña criatura de Carlo Rambaldi; los desnudos preñados de Isabelle Carré en “Mi refugio” de François Ozon nos curaron de ese rechazo, pero no dejamos de imaginar que, si nuestra nueva amiga viera necesario asesinarnos y descuartizarnos para sacar adelante a su cría, no titubearía ni un momento.

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