Es mi sino: cuando conozco a quienes teóricamente comparten
mis gustos, solo encuentro diferencias. En los conciertos clásicos, no solo
sigo siendo de los más jóvenes con la cuarentena cumplida; también soy de los
pocos que manifiestan entusiasmo, que están ahí para asistir al nacimiento
mágico de la música y no, como mi amiga Verónica, para ufanarse de que los intérpretes
están interpretando las partituras para ellos, como si los artistas fuesen
lacayos y el público estuviese compuesto de príncipes Esterhazy. Tampoco me
afecta el síndrome del entendido: ni estoy dispuesto a buscar defectos como sea
en el trabajo de quienes osan ponerse frente a un auditorio, ni me divierte
adoptar poses y fobias irracionales, ni me hago el imperturbable tras una gran
actuación por si mi alegría compromete mi imagen de oráculo. Si estoy ahí es
porque me gusta.
lunes, 21 de enero de 2013
Mis prejuicios: Los melómanos
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